Brais
Cierro la puerta del auto con fuerza y a paso firme me dirijo al interior de la fraternidad, ingreso al lugar encontrándome con varias personas dormidas en la sala de estar.
Internamente agradezco que nadie se cruce en mi camino, mi humor en estos momentos es de todo menos agradable, solo quiero llegar a mi habitación y dejar salir toda la frustración que me cargo encima.
Mi noche fue un desastre y la mañana hasta el momento es una completa mierda.
Subo los escalones de dos en dos, en cuestión de minutos me encuentro empujando la puerta de mi cuarto, pero al hacerlo me encuentro con una visita inesperada.
Joder.
—Brais te he estado esperando toda la noche— suelta Phia colocándose de pie, posando sus grises en mi rostro.
—¿Qué haces aquí? —pregunto más tosco de lo normal.
Su ceño se frunce ante mis palabras, pero lo cierto es que no estoy para dramas estúpidos ni mucho menos para que me pidan explicaciones que no tengo por qué dar.
—Te escuché tan embriagado y muy mal anoche que pensé en venir a consolarte—se acerca tratando de palpar mi pecho, pero doy dos pasos a un lado evitando su toque.
—Pues pensaste mal, no te necesito, ni soy un puto crio que precise que lo conforten.
—Yo solo quiero ayudar, no tienes por qué ser tan altanero— levanta la voz creyéndose con el jodido derecho de hablarme como se le da la gana.
—¿Por qué no te largas? —suelto entre dientes, tratando de evitar mandarla a la mierda de una vez por todas.
—Pero ¿Quién demonios te has creído para tratarme de esa manera?
En dos zancadas estoy frente a ella tomándola del brazo sacándole un jadeo, acercando mi rostro al suyo— Dime que quieres Phía, ¿Qué te folle? —una sonrisa lobuna tira de la comisura de mis labios.
—Eres un hijo de puta—la castaña se zafa de mi agarre molesta.
Como sino lo supiera ya.
—Pues este hijo de puta no piensa partirte el culo hoy, así que búscate quien te calme la calentura y vete de aquí antes de que te saque con mis propias manos.
—¿Todo tu jodido mal humor es por la insípida esa?
—No se dé que hablas—pronuncio serio.
—Claro que sabes o acaso estabas tan borracho que no recuerdas cuantas malditas veces clamabas su nombre cuando me llamaste, todo porque no puedes tenerla y ahora es la putita de alguien más.
—Nunca más vuelvas a llamarla de esa manera—rujo como un león tomándola nuevamente del brazo con brusquedad, mi mano libre toma sus mejillas con fuerza—saca su nombre de tu asquerosa boca, por esa a la que llamas puta, tu ni siquiera le llegas a los talones.
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La Chica De Las Zapatillas Rosas
RomancePyper inicia una nueva vida, luego del fallecimiento de su padre, cumpliendo con aquella promesa de convertirse en la mejor bailarina de danza y ballet de su promoción. Lo que ella no tenia idea era del torbellino de emociones que le esperaba en su...