Veintinueve

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Pyper

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Pyper

—¡Brais—clamo su nombre sintiendo que mi garganta se desagarra con cada paso que doy.

Las lágrimas bañan mis mejillas y nublan mi vista a medida que acorto la distancia entre ambos.

Veo como el resto de los participantes de la carrera se acercan al Corvette que está volcado, pero nadie se atreve a mover el auto o tocarlo más de lo necesario.

A pocos pasos de llegar al lugar del accidente mis ojos se enfocan en el culpable de todo esto y maldigo el día en que volví a dejarlo entrar en mi vida.

—Pyper—dice mi nombre tratando de evitar que me acerque al auto del moreno—yo lo sien...

Evito su agarre y con toda la rabia que siento en este momento impacto mi puño contra su rostro impidiendo que diga algo más, la fuerza del golpe es tanta que su nariz comienza a sangrar de inmediato.

—No te atrevas a decir que los sientes, cuando todos hemos sido testigo de tu crueldad, por fin veo tu verdadero rostro James Thompson.

Le doy una última mirada cargada de decepción e ira y sin pensarlo dos veces aparto a las personas que están aglomeradas cerca del auto y me dejo caer en el suelo.

—¡Brais! —lo llamo desesperada.

Su cuerpo esta inmóvil sostenido por la jaula de protección, su cara tiene varios cortes al igual que otras partes de su cuerpo gracias a los pedazos de vidrio del parabrisas.

—Brais por favor despierta—mis lágrimas aumentan mientras mi pecho se aprieta al ver la cantidad de sangre de emana de su cabeza y empapa un costado de su rostro.

—Por favor abre tus ojos, soy yo tu campanita hazlo por mí.

Muy cerca ya puedo distinguir el sonido de las sirenas de las ambulancias y tal vez de la policía, no estoy segura.

Yo solo quiero que mi hermoso demonio oscuro habrá sus ojos para mí.

—¡No puedes dejarme! —me quiebro cuando no recibo ninguna respuesta o movimiento de su parte.

—Pyper cálmate—unos brazos me toman de la cintura tratando de aparatarme del pelinegro.

—¡Suéltame! —me sacudo entre los brazos de Jonas que me levanta—quiero estar con él maldita sea, el no puede hacerme esto, no puede dejarme—¡Brais despierta! —vuelvo a gritar—sacudiéndome con fuerza.

—Joder quédate quieta, ya los paramédicos están aquí y debemos dejarlos hacer su trabajo.

El rubio me aparta cuando algunas voces comienzan a pedir que despejen el área abriéndose paso entre la multitud.

Mis ojos enfocan a los hombres uniformados que se acercan con una camilla hasta al auto en compañía del personal de bomberos que son quienes se encargan de abrir el auto de manera segura.

La Chica De Las Zapatillas RosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora