Veintisiete

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Pyper

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Pyper

Es increíble como las personas cambian en un abrir y cerrar de ojos, Jamás llegue a pensar que aquel chico con el que compartí una relación hace unos cuatro años atrás en los que me trato con respeto, amor y comprensión se convertiría en un monstruo ofensivo, despreciable y golpeador.

Debo admitir que sentí mucho temor y decepción al saber que de aquel chico que tenía idealizada en mi cabeza como el príncipe azul que cualquier chica quisiera tener a su lado no queda nada, solo un hombre que no le importa dañar con tal de que se haga su voluntad aun cuando la otra parte no comparta sus mismas ideas.

Tal vez debería sentir lastima por el estado en el que se encontraba luego de que Brais le propinara la paliza de su vida. De hecho, por unos instantes me sentí culpable, después de todo la causante de todo este maldito desastre soy yo, aunque jamás le mentí, en todo momento fui clara con él, pero al parecer James tenía otros planes en su mente.

Por otro lado, no puedo negar que de alguna manera retorcida ver a Brais defendiéndome me excito, saber que toda esa furia que destilaba su cuerpo en cada golpe que le atestaba al rubio era por mí y si, puede sonar extraño o tal vez ya he perdido la cordura, pero aquella pelea me hizo ver cuán importante soy para él.

Y que jodidamente lo amo.

Salgo de mi nube de pensamientos una vez encuentro el botiquín, lo tomo entre mis manos y salgo del baño.

—Ya encontré...

Mis palabras quedan en el aire cuando observo al objeto de mis más pervertidos sueños, tendido sobre mi cama, vistiendo solamente unos bóxers grises, muerdo mi labio inferior ya que verlo despeinado y con un poco de sangre en el rostro debido a sus heridas solo le aporta un aire salvaje que provoca un cosquilleo en mi centro.

—¿Vas a curarme o continuaras parada babeando por mí?

Allí esta su maldito ego.

Pero es que el muy desgraciado sabe que esta para comérselo con sal y tomate.

—No estoy babeando, solo evaluando tu estado—refuto dejando el botiquín sobre el escritorio.

—En ese caso deberías evaluar mi rostro, no mi pecho o mi polla.

—¡Brais! —lo regaño sintiendo mis mejillas calientes.

—No pasa nada hadita, no me molesta que me comas con los ojos, al final de cuentas todo esto es tuyo.

Me toma del brazo y tira de mi hasta tenerme a horcajadas sobre él.

Abro el botiquín, agarro un poco de algodón impregnándolo con alcohol y empiezo a limpiar su pómulo, todo esto bajo su atenta mirada.

Una mueca de molestia pasa por su rostro cuando presiono el algodón en la pequeña brecha en la comisura de sus labios.

—¿Te duele? —indago deteniendo mi labor.

La Chica De Las Zapatillas RosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora