Veinticinco

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Pyper

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Pyper

Muerdo mi labio inferior deleitándome con las vistas, Brais aun duerme plácidamente apenas cubierto por las sábanas blancas. Mis ojos recorren su pecho lleno de tinta que sube y baja al compás de su lenta respiración, observo a detalle cada músculo de su marcado abdomen que dan paso a una sexy V donde se aprecian algunas venas y el bulto que se levanta transparentándose a través de la tela que le cubre.

Dios, este hombre hasta dormido es simplemente sensual.

Suelto un hondo suspiro y termino de entrar a la habitación sosteniendo la charola que traigo en las manos con el desayuno que decidí preparar para ambos y dejo sobre la mesa de noche, definitivamente no se compara al que hace unas semanas atrás el hizo para mí.

Soy pésima en la cocina.

Por primera vez preparo algo sin hacerme alguna quemadura, así que creo que me merezco un premio por el esfuerzo.

Algo como eso.

Mis orbes se concentran en aquella parte de su cuerpo hecha para dar placer, el más sucio y delicioso placer.

Basta Pyper.

Me regaño mentalmente, una noche con él y ya me he convertido en una adicta, vuelvo a recorrer su cuerpo rememorando todo lo que me hizo durante la noche y parte de la madrugada, junto las piernas ante el cosquilleo que se hace presente en mi centro, ni siquiera sé cómo puedo estar pensando en sexo cuando el escozor en mi entrepierna al caminar es un recordatorio de su manera voraz de tomarme algo que seguramente me durara un par de días.

—Vas a quedarte toda la mañana allí parada viéndome o piensas hacer algo al respecto de esto.

Su voz me hace abrir los ojos de par en par, aunque los suyos continúan cerrados mientras una de sus manos aprieta sin descaro la erección que se carga.

—Solo estaba mirando si estabas despierto, traje el desayuno—llevo mis ojos a la bandeja que descansa sobre la mesa.

Brais abre los orbes, se sienta apoyándose en el respaldar de la cama y gira su rostro observando lo que hay en la charola, frunce el ceño y luego me ve con aquellos ojos que me hacen sonrojar.

—¿Tu hiciste eso? — aprieta sus labios ocultando una sonrisa que claramente distingo en ellos, vuelve a mirar lo que hay en la charola y regresa a mi rostro.

El muy estúpido se está burlando de mí.

Dios que vergüenza, tal vez las tostadas quemadas con queso crema y los huevos revueltos que parecen de todo menos lo que realmente son no deben ser del total agrado de su majestad.

—Sino quieres, no tienes por qué comer—suelto molesta dispuesta a tomar la jodida bandeja y tirar todo a la basura.

—Hey—me toma del brazo tirando de mi provocando que caiga en su regazo donde sus extremidades me envuelven de inmediato—no he dicho que no voy a comer, solo hice una pregunta.

La Chica De Las Zapatillas RosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora