Capítulo 5

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MATT

—Dicen que los panqueques son buenos— comenté mientras leía la carta.

—No lo dudó, pero estoy segura que no tan buenos como los míos.

Sonreí.

Lei estaba sentada frente a mí, cuando hablo me miró por encima de la carta y aunque no podía ver su rostro completo sabía que sonreía.

—Tendré que verificarlo— dije, aún embelesado en sus ojos. En realidad, nunca había mirado la carta solo a ella.

Dio una última ojeada al menú, antes de cerrarlo y ponerlo sobre la mesa dándome la vista completa de su rostro, sonriente, siendo iluminado por pequeños rayos de sol que atravesaban el ventanal a su izquierda.

Con aquella iluminación el verde de sus ojos se tornaba más claro, y resaltaba algunas motas esmeraldas más intensas.

Su cabello castaño estaba suelto y no atado, como acostumbraba a llevarlo al correr.

La miré disimuladamente; observando y bebiendo cada gesto que hacía al hablar.

Había algo alucinante en ella. Era de esas personas que podías mirar por horas sin despegar los ojos ni tener la necesidad de parpadear. Solo absorber cada detalle de sus facciones.

Cuando una de sus bonitas cejas se enarcó en mi dirección, salí de mi burbuja para darme cuenta de que no había escuchado nada de lo que había estado diciendo.

Joder. 

Traté de buscar en mi cerebro alguna información retenida, pero solo encontré ojos olivos y pestañas largas.

Abrí la boca y que permaneció así al sobresaltarme al notar la presencia de la camarera a mí lado. Era una chica de baja estatura, que golpeaba su cuadernillo con el lápiz, al mismo tiempo que movía impacientemente la punta de su pie contra el suelo. Esperaba mi orden.

No tenía idea de lo que había en el menú, así que le dí una última mirada y dije lo primero que leí.

—Huevos con tocino, por favor — Me escuché decir.

Agradece que no vendan sapos a la parrilla porque serías capaz de ordenarlo.

La camarera lo anotó, rellenó mi taza de café y se marchó.

No había tenido la oportunidad de comer con Lei. En la mañana habíamos notado que nuestra hora libre coincidía, así que quedamos de vernos para almorzar.

Lei continuó contándome sobre su clase de francés — Al final, si había escuchado algunas cosas que decía—, donde tenía que hacer un proyecto en equipo.

En sus historias siempre se mostraba de lo más expresiva, y siempre tenía sus manos en movimiento mientras explicaba cualquier tipo cosa, desde los lineamientos para la correcta pronunciación del francés hasta las razones de la superioridad del helado de chocolate y vainilla.

Cuando terminó su explicación me dedicó una pequeña sonrisa, en ese momento me dí cuenta de que había vuelto a la burbuja donde la miraba fijamente.

—¿Cuántos idiomas hablas?— pregunté, removiéndome en mi asiento tratando de mantenerme lo más concentrado posible.

Teniéndola tan cerca era imposible no distraerse.

—Estoy certificada en inglés— respondió, doblando compulsivamente la manga de su suéter.

—¿Y en cuantos no estás certificada?— insistí.

Nuestras Flores Amarillas [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora