[44] Culpa.

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ABRAHAM.

Una sonrisa surcó por mi rostro, incapaz de contenerla, mientras observaba la maravillosa imagen que se extendía ante mí.

La sangre manchaba las calles de la ciudad en la que había gobernado durante décadas, y en los bosques de su alrededor crecían enormes columnas de humo negro, junto con las destructivas llamas que las provocaban. Los gritos de los humanos, vampiros y cambiantes sonaban como música celestial para mis oídos, y, sin poder evitarlo, me eché a reír.

El poder bullía en mi interior, quemándome y curándome a la misma vez, como el más exquisito veneno. Alzando mis brazos ante mis ojos, observé como mis venas palpitaban bajo mi piel, con esfuerzo, pero insuflándome un poder aterrador, que cambiaría el curso de la historia… bajo mi mano.

Caminé lentamente hacia dentro del despacho, alejándome del ventanal abierto, y me acerqué a la mesa donde se encontraba el cadáver de mi hermano, el cual llevaba mucho tiempo muerto. Ladeando la cabeza, observé su rostro ceniciento, hundido y putrefacto, y el enorme hueco que había en su pecho, donde Raoul le había arrancado el corazón.

Alfred, a pesar de haber sido el mayor, siempre había sido un imbécil. A pesar de que había intentado persuadirle para que se mantuviera alejado de la familia real, había hecho caso omiso de mis advertencias y había secuestrado al príncipe mocoso y, aunque en un principio todo parecía haberle salido bien, consiguiendo aquellos seguidores que tanto ansiaba, todo se volvió en su contra cuando Raoul apareció en la ciudad.

—Eres un imbécil, hermano —Aquellas palabras habían salido de mi boca innumerables veces, desde la primera vez que encontré su cadáver y lloré ante su muerte, hasta ahora—, quisiste jugar con una bestia mucho más grande que tú, y acabó devorándote.

Un extraño dolor se incrustó en mi pecho, pero lo ignoré. A pesar de que Alfred había sido un auténtico idiota, yo siempre había estado para él y él para mí. Siempre habíamos sido nosotros dos, desde hacía más de seis siglos… Sin embargo, su muerte me había dejado solo.

Y aunque al principio, había comenzado con todo aquello para intentar traerlo de los muertos, ahora todo había cambiado.

—No puedo traerte de vuelta —Mi voz salió como un susurro, como si estuviera confesando el mayor de los crímenes, más para mí mismo que para él. Pasando mis manos por el borde de la mesa en la que su cuerpo descansaba, tomé una decisión—. Si vuelves, intentarás tomar el control otra vez, ¿verdad?

Al principio, el plan había sido simple: encontrar aquella fuente de poder, absorberlo, y recuperar a mi hermano. El dolor había sido tan insoportable que me había querido arrancar la piel con mis propias manos, sin embargo, todo había cambiado cuando había tomado la sangre de aquella hada, y mi cuerpo había asimilado por fin aquel poder.

Sabía sin lugar a dudas, que mi hermano intentaría arrebatarme el poder en cuanto despertara. Siempre había sido así: de los dos, él era el que tenía que liderar, pues era el mayor y se creía con mayor derecho, a pesar de haber sido un inepto que había causado su propia muerte.

Enric había contado con nosotros dos desde el día en que nos convirtió en renegados, pero había sido en mí en quien había confiado realmente, a pesar de que Alfred siempre había sido más fuerte que yo.

Aquella preferencia había vuelto a Alfred un psicótico envidioso, que había querido mi puesto desde el primer momento, y, a pesar de que a mí no me había importado en su momento ceder en cuanto él quisiera, sabía que no sería capaz de darle esto.

Relamiéndome, sentí como el poder parecía retorcerse en mi interior, como si estuviera de acuerdo con lo que decía.

—Lo siento hermano —Dije con una ligera sonrisa, ignorando el pinchazo de pena que se clavó en mi pecho ante lo que debía hacer—, pero ya no te necesito… No volveré a agachar la cabeza ante ti.

FAYE || LB#4 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora