[34] Rabia.

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RAOUL.

La rabia inundaba cada parte de mi cuerpo, instándome a lanzarme sobre Abraham mientras este me miraba con aquellos claros ojos naranjas. Las marcas negras que segundos antes habían estado recorriendo su piel, se difuminaban con rapidez; a cada minuto que pasaba, los ojos de Abraham se volvían más claros que nunca.

–Este poder... –susurraba Abraham, ido, mientras veía como el veneno de sus manos desaparecía. Una mueca divertida y sádica surcó su rostro–. Quiero más.

Observé con asco como parecía extasiado por la vida que acababa de arrebatar. Sabía que la sangre de una hada era poderosa, pero al haber acabado con la vida de Tharra, el poder oscuro que acababa de conseguir era aún mayor, de una manera equivocada y prohibida. La mirada ansiosa del renegado parecía enloquecerlo aún más. 

Abraham tenía la mirada perdida, consumida por el poder; con la cabeza levemente inclinada, la sangre seca de Tharra manchaba la piel pálida de su cara. Poco a poco, sentí como grandes ondas de poder empezaban a salir desde su cuerpo y maldije entre dientes al ver que, dentro de poco, su poder sería enormemente aterrador. 

–No conseguirás lo que buscas, Abraham... Acabaré contigo antes de que lo intentes.

Concentrando el poco poder que me quedaba, me lancé sobre él con la intención de acabar con aquella locura; necesitaba hacerlo rápido, antes de que la fatiga me arrastrara a la inconsciencia y Abraham controlara por fin el mágico poder que acababa de arrebatar.

Con un movimiento rápido, me abalancé sobre él y le golpeé de nuevo contra la pared, agrietando profundamente la piedra; inmovilizándolo por el cuello con mi antebrazo, utilicé la otra mano para hundirla profundamente en su pecho, agarrando con fuerza su corazón. 

Durante un eterno segundo, sentí la victoria inundando mi cuerpo, instándome a terminar con aquella pesadilla que había estado reconcomiendo mi alma durante años. Sin embargo, gruñí por la furia que me embargó cuando sentí un firme agarre sobre el brazo que tenía clavado en su pecho, impidiéndome acabar con su vida.

Grité de rabia cuando lentamente me obligó a sacar la mano de su pecho, sin inmutarse siquiera de la profunda y mortal herida que debería haberlo arrastrado a la inconsciencia; con su mano libre, me agarró del cuello y sentí como sus dedos se clavaban en mi garganta, mientras yo intentaba con todas mis fuerzas liberarme de su agarre. La sangre recorrió mi garganta mientras mi respiración se entrecortaba.

–Debería matarte ahora, en venganza por lo que le hiciste a mi hermano –la voz de Abraham sonaba serena; el agarre que tenía sobre mi mano se apretó hasta que escuché como mi muñeca se rompía–, pero no lo haré. Te mantendré con vida el tiempo suficiente como para que veas morir a todos los que te importan, uno a uno... Empezando por esa zorra pelirroja que trajiste aquí. Me beberé hasta última gota de su sangre, pero antes disfrutaré de su jodido cuerpo hasta que suplique que pare –su mirada refulgió–, pero no lo haré.

Un instante después, sentí como me lanzaba contra la pared que tenía a mis espaldas; notando como mis huesos se rompían, caí al frío suelo mientras pequeños fragmentos de piedra agrietada caían sobre mí. El dolor me golpeó rápidamente mientras la inconsciencia me arrastraba; lo último que vi, borroso, fue como Abraham salía de la celda con una fría sonrisa.

Con la sangre llenando mi boca, y el dolor golpeando cada célula de mi cuerpo, en lo último que pude pensar fue en el terror que me habían producido sus palabras. Deseé con todas mis fuerzas que Faye se marchara de aquí.

 * * * * * * * * 

THOMAS.

Maldije entre dientes al ver los cuatro cadáveres de renegados que habían esparcidos por el pasillo. El olor de la sangre embotó mis sentidos, pero me concentré al máximo por mantener mi presencia oculta mientras me acercaba a la puerta cerrada de la celda.

Con los dientes apretados y la adrenalina corriendo con rapidez por mi cuerpo, miré hacia atrás para comprobar que la terca hada se había mantenido oculta mientras descansaba. Tras la pequeña discusión que habíamos tenido, había conseguido convencerla de que en el estado en el que se encontraba solo me incordiaría. Las dos plateadas lágrimas de preocupación y rabia que habían inundado sus ojos me habían dañado el alma.

Maldita fuera.

Caminé sin hacer el menor ruido entre los cadáveres. Con solo un rápido vistazo, supe que había sido Raoul quien había acabado con ellos: la sangre que caía por los oídos y los ojos de dos de ellos, era razón suficiente para saberlo. Una pequeña llama de esperanza se iluminó dentro de mí al pensar que lo había conseguido, por fin.

''Vamos Raoul, no me decepciones.''

Inspirando con fuerza, me asomé lentamente en el interior de la celda. El olor a sangre allí dentro me provocó náuseas. Lo primero que pude captar, sin embargo, me conmocionó por un instante.

''Basta ya.''

Ignoré el rastro de locura que me golpeó de nuevo, sin pudor, sabiendo que solo eran mis sentidos jugando con mi mente de nuevo, como llevaban haciendo días.

Abriendo por completo la celda al descubrir que no había nadie dentro, dejé que la luz tenue del pasillo iluminara los dos cuerpos que había tendidos dentro. 

–No... ¡No! – el dolor me golpeó repentinamente al ver el cuerpo caído de Raoul, con profundos cortes en la garganta y varios huesos rotos. Arrodillándome al lado del que era como un hermano para mí, sin importarme el charco de sangre que tenía bajo él, sentí como las lágrimas de impotencia y rabia llenaron mis ojos mientras alzaba su cuerpo. No podía perderle, no a Raoul–. Vamos, joder –inclinándome sobre su pecho, intenté encontrar el menor signo de vida en él–. No puedes morir, tú también no, ¿me oyes? No te atrevas a morir delante de mí, hijo de puta.

Sintiendo como la desesperación me consumía, me levanté con rapidez, dejando el cuerpo caído de mi amigo con cuidado, y salí al pasillo en busca de la única persona que podría salvarle de ese estado. Corrí lo más rápido que pude hasta el lugar en el que había dejado resguardada a Faye, y suspiré de alivio cuando la vi allí.

Su mirada perdida se aclaró por un momento al verme llegar con tal rapidez. Frunciendo el ceño hasta mí y dirigiéndome una mirada preocupada, se levantó del suelo tambaleante.

–¿Qué ocurre? –su voz sonó ronca, cansada.

–Necesito tu sangre... Es Raoul.

Su rostro palideció y sus ojos verdes refulgieron con miedo. Sin dudarlo un instante más, asintió con rapidez y alzó sus brazos hacia mí. En ese momento supe que aquella hermosa hada daría lo que fuera para salvar a Raoul, desde su inmensurable orgullo hasta la última gota de su sangre.

Solo deseaba que no fuera demasiado tarde.

* * * * * * * *

FAYE.

El dolor me golpeó con tanta violencia al entrar en aquella celda que mi visión se emborronó durante unos segundos. Sin poder contener las lágrimas, observé los cuerpos caídos de las dos personas que más amaba y sentí como mi corazón se resquebrajaba en mil afilados pedazos que se clavaron en mi alma.

Contuve el grito de pena que me embargó en cuanto toqué el suelo, la piel de mi espalda ardiendo como el hielo, los recuerdos de la piedra enseñándome las torturas que mi hermana había sufrido durante días. Por un momento, deseé que aquel poder que poseía no existiera.

–Faye –Thomas me había dejado con delicadeza delante del cuerpo de mi Compañero y me miraba con urgencia–. Tienes que darte prisa.

En ese instante, mi mente regresó al presente y observé el cuerpo caído del hombre al que amaba. Llevándome la muñeca a los labios, me produje una profunda herida que nada dolía en comparación con al dolor que mi corazón sufría, y dejé que mi sangre cayera sobre los labios de Raoul. 

–No puedes morir, rubito, no puedes, ¿me estás oyendo? –susurré cuando el pánico empezó a consumirme mientras veía como la sangre que le daba no surtía efecto–. Eres mi Compañero de Vida, y me dijiste que lucharías por mí, para que me quedara aquí contigo. ¡No te atrevas a dejarme sola ahora!

La pérdida de sangre, sumada al poder que había entregado media hora atrás, empezaron a pasarme factura con rapidez. La inconsciencia comenzó a embargarme; el terror me consumió.

–No, no... ¡Raoul!

Mi visión se volvió oscura.

FAYE || LB#4 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora