[17] Paseos.

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FAYE.

La sangre de Raoul todavía fluía con rapidez por mi cuerpo, dándome la fuerza necesaria para poder caminar por las amplias y alborotadas calles, a pesar de que solo había recibido un par de gotas.

El simple recuerdo de aquel beso todavía conseguía arrancarme una estúpida sonrisa, pero no iba a permitirme ir más allá. Una y otra vez me repetía a mí misma que él había actuado así porque sabía que yo había necesitado ayuda, nada más... Y eso no podía cambiar, por el bien de ambos.

Había pasado una hora desde que habíamos salido de su lujoso apartamento, situado en la parte más bulliciosa de la enorme ciudad. Durante todo el tiempo, nos habíamos mantenido en un tenso y asfixiante silencio, pues estaba completamente segura de que todavía no había aceptado mi decisión de quedarme allí, rodeada de toda aquella falta de naturaleza, la cual era necesaria para mí. Por unos segundos, tuve que morderme el labio para no reírme de su ceño fruncido y sus labios levemente apretados, los cuales estaban consiguiendo que toda el gentío humano se apartaran de él aterrorizados.

  –Estás asustando a todo el mundo, Raoul–no pude evitar burlarme de sus hoscos gestos. El vampiro ladeó levemente la cabeza, mirándome a través de aquellas gafas negras que llevaba y que le daban una apariencia todavía más agresiva. Una sonrisa enorme sonrisa surcó mis labios al ver como su ceño se acentuaba todavía más–. Como sigas así, vas a conseguir parar el tráfico, también. Quizás alguien llame a los guardias y todo... Eso mejoraría muchísimo la situación, sobre todo para mí.

  –No puedo entender por qué demonios no quieres regresar al bosque y esperar allí –espetó entre dientes, cambiando de opinión y haciendo que la mujer que estaba pasando justamente por nuestro lado y que tuvo la mala fortuna de oírlo, se sobresaltara y aligerara el paso. Me mordí el labio para no reír–. Los renegados que robaron la flor son peligrosos, y este lugar te debilita. Si llegásemos a luchar, tú podrías...

Él se quedó callado, sin terminar aquella frase, y mi corazón se estremeció el oír el miedo en su voz, mezclado con una extraña ira. Parpadeando lentamente, sentí como las alas de mi espalda se calentaban mientras, sin pensarlo, deslizaba mi mano dentro de la suya y le sonreía. 

Algo dentro de mí se agrietó, y todos los pensamientos que había tenido sobre alejarme de él desaparecieron.

  –No me va a ocurrir nada malo, Raoul–murmuré suavemente, solo para que él pudiera oírme–. Después de todo, te tengo a ti cubriéndome las espaldas, ¿no?

Raoul no dijo nada mientras apretaba con fuerza mi mano. En esos instantes, deseé quitarle aquellas gafas negras que escondían sus ojos de mi mirada, a pesar de que le daban un aire de chico malo que realmente le favorecía.

El silencio que se extendió después de mis palabras no fue tan tenso como el que había estado sobre nosotros durante todo el día. Mientras caminaba con él de la mano por aquella enorme ciudad, y sintiendo una amalgama de sensaciones en mi corazón, me percaté de que algo dentro de mí estaba en paz, algo que llevaba siglos sintiendo en mi pecho revolverse... Y que ahora, en su presencia, había desaparecido. 

Sin embargo, por primera vez desde que había aceptado que Raoul era una parte fundamental de mi alma, el pánico no me inundó... No después de darme lo más sagrado que un vampiro puede ofrecerle a alguien: su propia sangre. Él era en sus propios términos, mi Compañero de Vida, mi corazón afín. Mi vampiro estaba ahí, conmigo, apoyándome y ayudándome a encontrar algo necesario para mí, de la misma forma en la que yo estaba ayudándole a calmar aquella dolorosa herida que tenía en su alma y que solo yo percibía. A mi lado, él conseguía alejar a sus demonios, y aunque no podía prometerle una relación eterna, sí que me había prometido a mí misma que conseguiría alejar aquella profunda oscuridad de su alma antes de volver a casa. 

Mirándole de reojo mientras nos movíamos con rapidez entre el gentío, me di cuenta de que la gente empezaba a desaparecer a medida que nos íbamos introduciendo todavía más en el centro de la ciudad. Media hora después de una rápida caminata por interminables calles, mi corazón se aceleró y sentí como el cuerpo de Raoul se tensaba todavía más a cada paso que dábamos. En ese momento me pregunté dónde demonios nos estábamos metiendo. 

Las calles en aquella parte de la ciudad estaban a oscuras, los cristales de las farolas destrozados, las casas tapiadas y las aceras desiertas. Asombrada, vi como la única persona que había en la calle, una muchacha humana, salía de detrás de un callejón y corría alejándose de aquel lugar. Cuando pasó por mi lado con la cara pálida, los labios resecos y la mirada perdida, el aroma de la sangre inundó mis sentidos.

  –¡Espera!–le grité, girándome rápidamente con intención de ayudarle. 

Sin embargo, Raoul me detuvo y yo le miré con el ceño fruncido, viendo con frustración como la chica aumentaba la velocidad y desaparecía.

  –¿Por qué me has detenido? –pregunté enfadada, soltándome de su agarre y poniendo mis manos sobre mis caderas, encarándole– ¡Estaba sangrando! 

  –No puedes hacer nada por ella, Faye–masculló Raoul distraídamente con el ceño fruncido y mirando fijamente hacia el callejón del que había salido la muchacha–. Esa chica vende su sangre por dinero... Ella seguramente sea adicta a alguna mierda, y algún renegado decidió aprovecharse de ella para alimentarse.

Mi estómago se apretó mientras entendía lo que decía, lo que eso significaba para Raoul. Mirando hacia la misma dirección que él, volví a agarrar su mano y la apreté con fuerza, dándole ánimos e intentando aplacar la ira que rebosaba en su voz.

  –Continuemos, Raoul–mi voz sonó firme a pesar de que me sentía con los nervios a flor de piel. Todos mis sentidos se habían puesto alerta, mi cuerpo en tensión.

Y eso solo podía significar una cosa: estábamos dentro del sector de renegados.

La flor de Narovoa estaba aquí. 


FAYE || LB#4 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora