[26] Amalgama.

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FAYE.

Apoyé la frente en la pared de la ducha, suspirando mientras el agua caliente caía por mi espalda y el tatuaje ardía. La sensación, lejos de ser dolorosa, era tan placentera que era un recuerdo constante de lo que había sentido cuando Raoul había pasado sus dedos por las oscuras y rojizas líneas. Suspiré de nuevo.

Había pasado una hora desde que el intercambio de sangre finalizó y me había pasado cada segundo desde entonces lamentándome por mi destino. Llevándome una mano al pecho, gemí de dolor cuando sentí como mi corazón se contraía ante la idea de abandonar al hombre que se había ganado cada pedazo de él... En solo unos días.

Era absurdo... Y cierto: le quería. 

Las lágrimas empezaron a caer por mis mejillas, aún más ardientes que el agua, y cayeron a mis pies como una ligera lluvia plateada. Con este gesto, mi corazón se hundió aun más en la miseria, pues sabía que un hada solo lloraba cuando el sufrimiento era real y el dolor golpeaba al alma. Contuve un sollozo cuando el sufrimiento se volvió casi insoportable; casi deseé poder arrancarme el corazón con tal de detener la agonía.

No supe cuanto tiempo estuve en aquella pose, dejando que el dolor escapara de mi cuerpo de la única forma que podía. Echando la cabeza hacia atrás, dejé que el agua limpiara mi rostro mientras intentaba lentamente reconstruirme, infundándome un coraje del que carecía, pero que necesitaba desesperadamente.

Sin embargo, el recuerdo de los labios de mi arrebatador vampiro volvía una y otra vez a mi mente, haciéndome temblar de una forma que poco tenía que ver con el poder que su sangre me había otorgado. El deseo, oscuro y primitivo, apretó en mis entrañas. Casi no pude contener un gemido.

Dios, voy a enloquecer.

Casi no podía pensar en otra cosa que no fuese él. Su olor estaba en mi piel, su sangre recorría mi cuerpo, y su sonrisa provocativa, junto con su mirada burlona, brillaba en mi mente. ¿Cómo iba a ser capaz de alejarme?

Salí de la ducha cuando el golpeteo del agua se volvió demasiado para mi sensible piel. Secándome con rudeza para intentar arrancar su olor de mí, maldije entre dientes cuando no lo conseguí. Claro que no lo haría... Raoul estaba enlazado de una forma mucho más profunda, con mi alma. Por un momento, deseé sisear de aquella amenazadora forma que había aprendido de él.

Loca. ¡No lo soporto!

Vistiéndome mientras una irracional ira me golpeaba con fuerza, entrelazándose en el centro de mi estómago con el profundo deseo que no desaparecía. Gruñí por lo bajo y salí del baño conteniendo mis garras. ¿Qué demonios me estaba pasando?

Caminé con rapidez hasta el salón, donde me encontré con el causante de aquella amalgama de sensaciones. Sin poder evitarlo, siseé hacia él, frunciéndole el ceño y mostrando mis pequeños colmillos afilados. Raoul me miró de la misma forma.

En cuanto nuestros ojos conectaron, el deseo y la ira se avivó aun más entre nosotros, seguidos del dolor, la pena, la soledad, la desesperación y... el amor. ¡Me estaba volviendo loca!

–¿Qué demonios estás haciéndome, vampiro? –La pregunta salió entrecortada de mis labios, los dientes apretados.

Sus ojos brillaron aun más, y vi como apretaba con tanta fuerza la mandíbula que un músculo empezó a palpitar en ella.

–Eres tú quien no para de enviar todas tus malditas emociones hacia mí, hadita. Controla tu rabia... Y controla tu deseo. O acabaré haciendo algo que nos hará jodidamente felices a ambos. –Su voz había sonado aterradora, su pose la de un depredador acechando a su presa. Sin embargo, su amenaza había conseguido que mi cuerpo respondiera.

¿Qué tan enfermizo era eso?

Siseé de nuevo hacia él, cruzándome de brazos y cerrando los ojos, concentrándome a pesar de que todo mi ser estaba tirando de mí hacia mi vampiro. Buscando en mi interior el poder con el que había crecido y había aprendido a dominar décadas atrás, mi corazón se aceleró cuando me di cuenta de lo que estaba pasando.

Su sangre había aumentado enormemente mi poder, hasta tal punto que estaba escapando de mi control. Jadeando, clavé mi mirada en la suya, la cual era impenetrable. Tuve que contenerme para no espetarle que no se alejara de mí. Que no se atreviera.

Sus muros me molestaban... Y dolían.

–¿Tú también...? –la pregunta quedó en el aire, respondida al instante por su rápido asentimiento de cabeza.

Paseando hacia mí con una gracia letal que le marcaba como peligroso, se paró lo suficientemente cerca de mí como para que nuestras respiraciones se entrelazaran, pero ni una sola parte de nuestros cuerpos se rozaran. El deseo de tocarle se convirtió en un dolor físico.

–Contrólate –Mis mejillas se colorearon cuando me di cuenta de lo que estaba pasando.

–Estamos conectados por nuestras emociones –mi voz salió ahogada, mirándole con abrumadora comprensión–. Por eso hay veces que no sé qué demonios les pasa a mis sentimientos. ¡Me estás volviendo loca!

–Y tú a mí –me espetó entonces él, frunciendo el ceño y mirándome como si quisiera morderme. Un escalofrío recorrió mi espalda–. Estoy intentando controlarlo, pero con tus emociones golpeando contra mí como un martillo, es difícil concentrarme, hadita.

Mi garganta se secó por la expresión tensa de su rostro. Aquello le estaba doliendo tanto a él como a mí. Tenía que pararlo.

Cerrando los ojos de nuevo con un suspiro tembloroso, intenté de nuevo contener el poder en mi interior. De pronto, sentí el roce de su mano en mi mejilla, acariciándola mientras yo hacía todo lo que podía para retener mis emociones y mi poder bajo control, su toque ayudándome a centrarme y a no fracasar. Empecé a conseguirlo minutos después, lentamente. 

Cuando terminé parecía que habían pasado horas, pero valió la pena cuando supe que ahora volvía a tener el control de cada mínima parte de mi ser. Abrí los ojos y me encontré con su atractivo rostro, en el cual había una sonrisa de satisfacción, sus ojos brillantes de orgullo.

Con una pequeña sonrisa y sin poder evitar apoyar mi mejilla en el toque de su mano, la cual todavía no había separado de mi rostro, le observé en silencio mientras asimilaba todo el poder que contenía dentro de mí. Casi parecía irreal. Quise reír.

Sintiendo como el poder de Raoul también había aumentado enormemente, no quise contenerme cuando mi cuerpo me pidió que le besara. Poniéndome de puntillas y dándole un suave beso en los labios que fue más un roce que lo que realmente ansiaba, susurré:

–Gracias, rubio –le guiñé un ojo mientras me separaba rápidamente de él, con una agilidad propia de mi raza. 

Sabía que no podía darle más que eso, un suave roce de nuestras bocas, pues si ponía sus manos sobre mí, la Unión se completaría, y nuestras almas serían uno. Instintivamente supe que si eso ocurría, jamás podría abandonarle... Y que si finalmente lo conseguía, nuestra separación lo mataría.  No lo iba a permitir jamás.

El deseo que me recorría era demasiado grande como para contenerlo, así que no podía arriesgarme a nada más.

Entonces, sentí su deseo golpeándome de la misma forma que el mío le había golpeado a él. Mirándonos como dos depredadores en medio de una lucha, con aquella primitiva emoción enlazándonos, me aparté el pelo húmedo de los hombros y su mirada se clavó al instante en la parte sensible de mi cuello.

Un gruñido rompió el silencio.

–Vámonos antes de que vuelva a arrastrarte a esa cama, pelirroja –su voz era oscura, su deseo un pulso ardiente sobre mi piel–. Y tenga que cumplir mi amenaza.

Tragando con dificultad y asintiendo lentamente, caminé delante de él hacia la puerta, sabiendo que si seguía empujando contra el oscuro vampiro que se movía tras de mí como una sombra, acabaría cumpliéndola.

Y como había dicho, sería algo que nos haría jodidamente feliz a ambos.

No lo permitiría.


FAYE || LB#4 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora