[19] Fragmentos.

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FAYE.

Habían pasado varias horas desde que habíamos regresado al apartamento, y Raoul todavía no había abierto la boca. 

Mi corazón se apretó con fuerza cuando le vi sentado en una cómoda silla al lado de la pared de cristal, observando la ciudad con la mirada perdida y la mandíbula apretada. Sabía, sin lugar a dudas, que estaba tan sumido en sus recuerdos que ni siquiera notaba que estaba allí. Suspiré y me mordí el labio con fuerza cuando sentí como el calor recorría de nuevo mi espalda. Ya no era doloroso de ninguna forma, sino que se estaba volviendo cada vez más suave, como si me estuvieran acariciando levemente el contorno de las alas.

Sin poder evitarlo y queriendo sanar aquellas profundas y numerosas heridas que aquel precioso y poderoso vampiro tenía en el alma, me acerqué a él y me arrodillé delante suya, apoyando las manos sobre sus rodillas y clavándole levemente las uñas en la piel, hasta que sus ojos se clavaron en los míos.

La sorpresa surcó sus facciones, y mi estómago se llenó de mariposas cuando sus ojos brillaron levemente.

  –No me gusta que me ignoren–dije simplemente intentando aligerar la tensión, apoyando la cabeza en su pierna y aplaudiéndome internamente cuando Raoul sonrió, devolviéndole algo de luz a su mirada–. Y tú llevas dos horas haciéndolo.

–No te he ignorado–respondió entonces él, sorprendiéndome, a la vez que acariciaba mi mejilla y recorría mi rostro con su mano. Contuve la respiración–. Es difícil hacerlo cuando no has parado de dar vueltas a mi alrededor.

Mis mejillas enrojecieron cuando supe que él había estado pendiente de cada una de mis miradas furtivas. Suspirando, me alcé sobre mis rodillas y apoyé los codos en sus rodillas, acercándome lo suficiente a su rostro como para poder ver como sus pupilas se dilataban. Mi corazón se aceleró cuando me moví por instinto, por la necesidad de sanarle, de ayudarle y apoyarle. Alzando una mano, la apoyé en su mejilla y esta vez fue mi turno de acariciarle con lentitud.

  –Lo siento–susurré con la respiración acelerada, avergonzada–. Yo solo... No quiero sentirte así, no quiero ver la oscuridad en tus ojos–tragué saliva mientras desnudaba lentamente a mi corazón–. Quiero ayudarte en todo lo que pueda, lo necesito, y es una locura porque sé que esto no puede durar, que tendré que regresar a mi hogar, pero quiero sanar cada una de tus heridas antes de irme, quiero que seas feliz, quiero que te alejes del precipicio por el que has estado tambaleándote durante años, porque yo... Yo...

Bajé la mirada cuando las palabras murieron en mi garganta. Después de casi dos siglos de edad, de haberme enfrentado a mil y un demonios sin ni siquiera parpadear, ahora mi cuerpo temblaba con la simple idea de decirle al vampiro que tenía delante de mí, que le quería.

Que en menos de una semana, que unos intensos y alocados días, me había enamorado de él. Y ni siquiera sabía cómo... O más bien, sí lo sabía. Me había enamorado de él, cuando me sonrió por primera vez la noche que nos conocimos; me había enamorado de él, cuando me volvió loca con sus burlas y sus bromas; me había enamorado de él, cuando había visto que era capaz de agachar la cabeza y de someterse a mi gente, con tal de no crear problemas; y me había enamorado de él, cuando había visto la enorme soledad en la que había estado sumido durante años, y a pesar de todo, no había perdido su alma. No se había rendido. 

Él era un guerrero, uno que ya había sufrido bastante. Ahora, era su momento de sanar... Y esa tarea, me pertenecía.

Por eso, cuando Raoul cogió mi rostro entre sus manos y me obligó a mirarle de nuevo, simplemente obedecí. Durante unos preciosos segundos, vi una profunda determinación y una enorme amalgama de sentimientos en aquella profundidad rojiza.

  –No voy a dejar que te vayas, Faye–dijo entonces él, tras unos intensos segundos. 

Sus palabras aceleraron mi corazón todavía más, y el profundo dolor que sentía en el pecho se vio aplacado por la determinación y la seguridad que trasmitía su voz. Sin pensar en nada, me incliné hacia él y posé mis labios sobre los suyos. 

Mientras nos besábamos, mientras sentía como el calor recorría cada centímetro de mi cuerpo y como sus manos acariciaban mi rostro y mi pelo, noté como mi corazón palpitaba con fuerza contra mis costillas, acelerado. Sin saber cómo, mis manos se habían hundido en su pelo, atrayéndolo más hacia mí, aceptándolo todo y devolviéndolo con la misma intensidad. 

Durante largos segundos, el mundo pareció detenerse. Nada me importaba más que él, nada existía salvo nosotros... Deseé vivir aquel momento para siempre. 

Sin embargo, cuando nuestro beso se rompió, suspiré y apoyé la frente sobre la suya, intentando controlar el temblor de mi cuerpo y poniendo en orden mis dispersos pensamientos.

  –Creo que esta vez, has sido tú quien me ha robado el beso a mí–la voz de Raoul sonó ronca en mi oído, mientras sus manos acariciaban mi hombro y mi espalda–. Ven, sube.

Una sonrisa tonta surcó mis labios mientras le observaba y me dejaba hacer. A pesar de que sabía que debía avergonzarme por mis actos, obedecí sin rechistar, pues lo sentía correcto. Sin embargo, cuando me encontré sentado en su regazo, no pude evitar que algo de calor surcara mis mejillas.

–Ni una palabra–espeté con los ojos entrecerrados, disfrutando internamente de su media sonrisa. Las sombras iban desapareciendo poco a poco de su mirada, y yo me sentí victoriosa. Sin embargo, sabía que distraerlo no era la forma correcta de sanar aquellas heridas; así que, acurrucándome contra él y hundiendo el rostro en su cuello, disfruté unos segundos más de aquella paz y... hablé–. Raoul... Yo...

–Lo sé–murmuró él entonces, sorprendiéndome. Observándole de reojo, me di cuenta de que había alzado el rostro al techo y sentí unas extrañas ganas de darle un mordisquito en el cuello... Frunciendo el ceño ante aquel pensamiento, puse atención a sus palabras–. Solo tengo mirarte a los ojos para saber lo que piensas, hadita... Pero no voy a hacerlo. No necesitas preocuparte por mi pasado, es algo que no podemos cambiar.

 –No me estoy preocupando por tu pasado, Raoul–le respondí al instante, indignada, incorporándome para poder mirarle a los ojos–. Me preocupo por ti, porque lo que sea que haya pasado con ese chico, todavía te afecta... ¡Me preocupo porque desde que llegamos, la ciudad te está afectando más a ti que a mí y no sé por qué!

Raoul me miró durante unos largos segundos, en los que yo temí haber hablado más de la cuenta. Después de todo, él no tenía obligación alguna de contarme nada... De la misma forma en la que yo le había estado ocultando cosas. Agaché la cabeza y empecé a negar con la cabeza, buscando la manera exacta de pedirle perdón, cuando él me interrumpió:

  –Tienes razón, Faye–admitió él, sorprendiéndome–. Desde que he vuelto a Orum, no paro de recordar lo miserable y triste que se volvió mi vida desde que estuve aquí por última vez –sus ojos se oscurecieron de nuevo, empañándose de recuerdos y momentos oscuros–. Hace mucho tiempo, vine aquí en busca de alguien que había sido secuestrado... Y, a pesar de todos los meses que habían pasado, a pesar de que todos habían desistido, yo no lo hice... Casi un año después, en contra de todo pronóstico, lo encontré. Pero había llegado tarde, demasiado tarde para salvarle... Lo habían convertido a la fuerza en un renegado, y yo...  –la mirada que me lanzó, tan oscura como el propio cielo nocturno, estaba tan fría y tan sumida en el dolor, que me estremecí con fuerza. Con lágrimas en los ojos, le abracé con fuerza–. No era más que un niño, Faye... y tuve que matar a mi sobrino.

FAYE || LB#4 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora