[16] Ciudad.

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FAYE.

Observé en silencio como Raoul abría la puerta del piso en el que había afirmado que nos alojaríamos. Sin tener realmente fuerzas para hablar mientras él me miraba interrogante y con el ceño fruncido, negué con la cabeza y me introduje en su hogar en cuanto la puerta se abrió. Temblorosa, clavé la mirada en un punto fijo mientras me concentraba en eliminar la sensación de opresión que tenía en el pecho. Fracasé. 

Caminando sin rumbo por el enorme lugar, sin poder fijarme mucho en la decoración, me acerqué a la pared de cristal que me dejaba ver gran parte de la ciudad, y maldije mentalmente ante la visión tan abrumadora y horrible que se extendía delante de mí. La presión aumentó hasta niveles asfixiantes mientras buscaba con la mirada algún lugar verde y sano en aquella ciudad que no tenía límites en el horizonte, algo que me recordara a mi hogar. No lo había. Mi corazón se agitó y cada vello de mi cuerpo se erizó. 

Con los ojos húmedos por la visión tan horrorosa, lo único que fui capaz de ver fueron los enormes edificios que crecían y crecían cada vez más, encerrándonos entre grandes muros grisáceos. Las carreteras serpenteaban entre aquellos muros, conectando las calles como una enorme telaraña oscura. Los pocos árboles que había, débiles y de colores apagados, parecían gritar por ayuda. Sentí como mi corazón se agrietaba un poco más.

  –Toma–dijo de pronto una voz profunda y masculina. Mirando hacia abajo con la visión desenfocada, un vaso de agua apareció delante de mi vista. Lo cogí con desesperación, sintiendo como mis manos temblaban y me lo bebí con rapidez. Al instante sentí como la presión disminuía– ¿Mejor?

  Su voz pareció enronquecerse todavía más, y sin poder evitarlo clavé mi mirada en la suya, asintiendo levemente. Sus ojos oscuros me escanearon con profundidad, y yo supe que entendía mi comportamiento, que aquellos ojos rojos que cargaban siglos de edad lo comprenderían todo sin necesidad de palabras.

El haber entrado en un lugar tan extremadamente distinto a mi hogar estaba provocando estragos en mí. Las hadas necesitábamos la naturaleza para poder crecer, éramos parte de ella, como pequeñas flores que necesitaban la sombra y el cobijo de un árbol más grande y más fuerte. Necesitábamos el sol que se colaba entre altas ramas, necesitábamos el frío viento que agitaba las hojas y la húmeda tierra hundirse bajo nuestros pies. Aquí, en Orum, la naturaleza llevaba siglos sin madurar como debía, y yo sentía como gritaba por ayuda a cada segundo que pasaba en este lugar. Era horrible, una tortura.

De pronto, Raoul alzó su mano y la pasó suavemente por una de mis mejillas. Asombrada, vi una única gota plateada manchando sus dedos y me mordí el labio con fuerza mientras apartaba la mirada, avergonzada, y me pasaba el dorso de la mano por el rostro, sin querer pensar en lo que ese gesto significaba por mi parte. Las hadas no lloraban, no delante de alguien en quien no confiáramos a un nivel instintivo, y estaba segura de que Raoul lo sabía. El haberlo hecho demostraba la profundidad de mis negados sentimientos hacia él.

  –Jamás pensé que me dolería tanto ver algo tan hermoso–murmuró Raoul a un nivel tan bajo que pensé que lo había imaginado. Sin poder evitarlo, le lancé una rápida mirada para verle acariciar mi lágrima entre sus dedos, ensimismado. Cuando desapareció, su ceño se frunció y volvió a mirarme. Sus ojos brillaban de un profundo color rojo sangre–. La falta de contacto con la naturaleza te está dañando, Faye. Te sacaré de aquí, volverás al bosque y esperarás hasta que recupere la flor.   

  –No–mi garganta se secó cuando volví a clavar la mirada en los enormes edificios faltos de vida. A pesar de que una parte de mí intentaba profundamente aceptar la orden que me había dado, no podía hacerlo. No podía dejarle todo el peso a él, no le abandonaría, no cuando había sido yo quien había dado mi palabra y había hecho una promesa. Sin embargo, sabía que no podía mentirle, ni tampoco omitiría la verdad que ambos sabíamos–: Me duele, Raoul, me duele mucho... Pero no puedo irme de aquí sin la flor–mis ojos volvieron a conectar con los suyos, los cuales estaban profundamente oscuros por la preocupación–. Al estar en un lugar tan... muerto, podré sentir la flor llamándome. Puedo guiarnos hasta ella, y...

  –Te estás debilitando–me cortó él, con la voz tensa y la mandíbula apretada, cruzándose de brazos–. No vas a quedarte aquí, Faye.

  –No puedes impedirlo, Raoul–me giré, sin poder soportar más la vista de una cuidad así, y apoyé mi espalda en el frío cristal. Durante unos segundos, el dolor se desvaneció y yo pude pensar con claridad, decidiendo que era momento de mostrarle un poco más de verdad–. El tiempo se agota para mí, y yo necesito volver con mi madre antes de que termine este mes, o los portales se cerrarán para siempre.

Raoul se quedó en silencio durante largos segundos. Sentí como la electricidad recorría cada célula de mi piel a cada segundo que pasaban nuestras miradas conectadas. Cuando por fin rompió el silencio, lo sentí como si hubieran pasado años desde entonces. Mi corazón se aceleró.

  –Como desees–murmuró entre dientes, inclinando la cabeza en una pose que me dejaba bien claro que no estaba de acuerdo con mi decisión. Sin poder evitarlo, sonreí levemente al ver como era capaz de aceptar mis deseos a pesar de que estaba segura de que llevaba siglos sin ceder ante nadie–. Pero si tengo la más mínima impresión de que te estás debilitando más de la cuenta, te sacaré a rastras de la ciudad y te ataré en lo más profundo del bosque, ¿está claro?

Mi pequeña sonrisa se amplió y yo cerré los ojos mientras asentía, divertida por sus gruñidos y a la vez enormemente cansada. Mi cuerpo, como el de cualquier hada, estaba intentando liberar toda la energía posible para sanar a su entorno, y a pesar de que sabía que ni siquiera todo mi poder sería capaz de curar una décima parte de esta ciudad, no podía evitarlo. Como consecuencia, estaba perdiendo cada vez más fuerza, mi cuerpo debilitándose y mi piel palideciendo.

Sin embargo, mi concentración se rompió cuando un dulce olor me distrajo durante unos instantes, hasta que una cálida mano se posó con firmeza sobre mi mejilla, alejando el frío, y una boca se apretó sobre la mía en un casto beso en el que únicamente nuestros labios se tocaron, y segundos después desapareció.

Abriendo los ojos, asombrada y avergonzada, observé la enorme sala vacía y me quedé estupefacta hasta que oí el sonido de la ducha. Maldiciendo entre dientes al rápido y desvergonzado vampiro que me acababa de robar mi segundo beso, me quedé pensando en el dulce aroma que todavía volaba a mi alrededor, y me lamí los labios. Jadeé ante el sabor cálido y levemente metálico de su sangre.

Sin poder evitar la corriente de poder que me agitó desde el centro de mi pecho, sonreí y me eché a reír, sintiendo como su sangre me devolvía la energía que esta ciudad me estaba robando y como mis rodillas empezaban a temblar por algo que nada tenía que ver con la lejana debilidad de mi cuerpo. 

  –Gracias, guapo–susurré entonces, con las mejillas sonrojadas y sabiendo que mi vampiro lo oiría. 

FAYE || LB#4 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora