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Christine aplaudía orgullosa junto con otros Alphas de la alta sociedad.

A los lejos, Stephen le sonrió egocéntrico.

—Felicidades, Stephen. —La mujer Omega lo beso de manera casta y significativa—. Lo lograste.

El Alpha asintió entusiasta.

—Strange. —La voz de un extraño hizo voltear a la pareja—. Felicidades por tu gran éxito. Sabía que lo lograrías.

Howard venía de la mano de María quien guardaba silencio. Strange noto la molestia en la mujer rubia.

—El gran Howard Stark. —El hombre le dio un fuerte apretón de mano—. Muchas gracias por venir.

—María, felicita al mejor neurocirujano de todo Nueva York. —Howard la vio con una gran sonrisa.

María dio media vuelta y se colo entre los invitados no sin antes mandarle una mirada helada a Stephen.

—... Lo siento, María está...

—No sé preocupe. —Palmer le sonrió y se presentó con Howard—. Un placer, soy Christine, la prometida de Stephen.

—¿Prometida? —El Alpha mayor miró con sorpresa al más joven—. Vaya, que mal educado fui. Soy un gran amigo y admirador de su prometido.

La mujer le sonrió amable para después ir por unos tragos. En medio de toda la fiesta y la música, Palmer encontró a María.

Esta bebía copa tras copa. Se notaba mal.

—Señora Stark. —Christine llegó a su lado y se mostró preocupada— ¿Se encuentra bien? ¿Necesita aire frío?

—Lo único que necesito es que Strange pague por todo lo que ha hecho. —María se alejo de la Omega y la miró con irritación.

—¿De qué habla?

—Preguntale al maldito. —María no estaba dispuesta a seguir ese estúpido circo—. De todos modos no tendrá los pantalones para decirle nada, antes no los tuvo.

Palmer vio como la mujer de Howard salía de la fiesta sin avisarle a nadie.

Tuvo un mal presentimiento; regresar a Nueva York había sido mala idea.

Alpha y Omega. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora