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Strange sentía su cabeza pesada, extraña y apuntó de explotar. Sus sentidos estaban confundidos, los aromas a su alrededor no provocaban más que dolorosas jaquecas, su boca, herida, no dejaba de punzar y su cuerpo le recordaba insistentemente el lazo rompiéndose.

Esto era mucho peor de lo que imagino. Su alma dolía, su Alpha interno se encontraba dando vueltas, revolcándose en el suelo por ser rechazado y remplazado.

—Tony... —Stephen no podía si quiera abrir los ojos. Lo único que hacía era balbucear maldiciones con el nombre del Omega Stark enlazandose— ¡CARAJO!

—Ja, ja, ja —La risa de Tony llegó a los oídos de Strange— ¿Acaso el karma no es maravilloso?

Stephen trató de abrir los ojos pero era imposible.

—Esto no es nada a comparación de lo que me hiciste sufrir a mí. —Tony miro con gusto la manera en que Strange se retorcía en la cama—. Ahora serás un maldito Alpha inservible.

—¡Mal nacido!

—No, Strange, no te equivoques. —El joven rio—. El único mal nacido en esta habitación eres tú. ¿Qué?, ¿acaso no fuiste tú el maldito hijo de perra que me dejó después de marcarme?

—Tony...

—¿Disfrutaste tu tiempo de gloria? Espero que si. —El Omega bufo divertido—. Ahora me toca pisotearte, Strange.

—¡BASTA!

—Ja, ¿me súplicas? —La risa del joven Stark resonó en la cabeza del Alpha.

Stephen se tocó el cráneo mientras gritaba por clemencia.

Palmer, detrás de la puerta, escuchaba suplicar al neurocirujano.

—¿No es demasiado masoquista? —María habló a su espalda—. No se lastime de esta manera, señorita Palmer.

—Él...

—Son alusinaciones. —Aseguró la rubia—. Romper lazos es bastante doloroso.

—¿Usted lo sabia?

La mujer de Stark asintió con pesadez.

Alpha y Omega. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora