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Los gritos de agonía de Stephen alertaron a todo el hospital.

Christine reconocio la voz en los pasillos; inmediatamente corrió al encuentro de su pareja.

Se tapo la boca escondiendo el grito de terror que quería salir sin su permiso. Strange tenía el rostro hinchado, repleto de moretones y los labios llenos de sangre.

Sus ojos se llenaron de lágrimas al instante.

—¡Stephen! —Christine quiso acercarse, pero uno de sus colegas se lo impidió.

—Olvidalo, Palmer. —Su compañero de trabajo miró con lástima a Strange—. Es mejor que nos vayamos. Lo instalarán en una habitación lo más pronto posible.

—¿Qué? —La mujer lo vio con incredulidad— ¡necesita atención médica!

Un grito desgarrador la paralizó. Strange sufría, sufría un infierno que Palmer no podía detener.

—Vamonos, Palmer.

—¡Pero..!

—¡¿Acaso no lo entiendes?! —Exasperado, su compañero se peinó el cabello. Los gritos de Strange lo tenían con los nervios de punta—. No podemos atender un lazo roto.

Christine lo miró sin entender. Segundos después su mirada se entristeció.

—¿L-lazo roto? —Apenas susurro.

El médico suspiro.

—Lo lamento, Palmer.

Strange pasó a su lado, gritando un nombre que en su vida había escuchado. Su corazón se rompía poco a poco comforme el aroma real de Strange se hacía presente.

La mujer cayó de rodillas mientras sentía como su mundo se desvanecía en un solo instante.

El hombre perfecto resultó ser todo una mentira.

Alpha y Omega. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora