¿Vas a arrojarme de un puente?

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Hoy Leandro me prometió waffles y malteada con crema batida y bombones si lo acompañaba a la iglesia. Le propusé que podía llegar unos minutos antes de que se acabará pero él dijo que eso no sonaba como un trato justo. En mi defensa, esto en general no era un trato justo porque el Leandro que conocí hace meses decía: No quiero obligarte a ir, mientra que esté Leadro me sobornaba para acompañarlo. No entiendo porque, él venía aquí siempre a voluntad propia, ¿Porqué me quería aquí de pronto? Cuando mamá venía a estas cosas yo me quedaba en el auto a jugar algún videojuego en el teléfono. Ella no venía los domingos, venía los miércoles en la tarde noche. Leadro dice que son "Miércoles de Alabanza" lo que se traduce a que una parte de la gente que toca el domingo viene, y uno que otro candidato. Leandro por la escuela nunca era candidato los miércoles, pero básicamente él no necesita venir, es como esas maquinitas que usan en los programas para lanzar billetes pero con bendiciones. Si te lo encuentras en la calle es muy probable que ya le haya mejorado el día a una 7 personas antes que a ti. El otro día estaba esperando a que la señorita de la gasolinera me hiciera la factura cuando escuché un rechinar de llantas, y como soy muy chismoso volteé en seguida, una mujer bajó preocupada después de darle un aventón a un coche gris. El coche de Leandro. Él ni siquiera se enojó, se orilló, usó su saco para cubrir a la mujer de la lluvia y la regresó a su auto, tuve que llamarlo en la noche para preguntar qué había pasado, y me dijo que iría el sábado a un hojalatero que la mujer le recomendó "a ver cómo quedaba". Literal lo único que hizo fue confiar en que la mujer llegaría y pagaría por su error. Así, sin más. Yo es su lugar habría pedido un adelanto y una garantía, la identificación de la mujer y el número de teléfono con dirección de dos testigos. Pero Leadro la dejó irse y estoy seguro que le dio alguna de sus palabras mágicas que te hacen sentir querido por un momento en tu día.

Y yo cantaré, Aleluya al rey que volveráaaaa. Que volverá, que volverá.

El estribillo de la canción me hizo voltear a ver hacia el escenario. Leandro estaba parado entre un par de jóvenes, sus ojos cerrados y una mano alzada al cielo mientras susurraba algo alejando el micrófono de su boca evitando alguna interferencia. La melodía era calmada, la gente ahí la absorbía como si le diera energía, algunos sentían tanto la letra que terminaban cayendo de rodillas y llorando. Algunos de los cantantes principales decían cosas como:
Estiren sus manos al cielo, déjenlo sentir su presencia en esta su preciosa casa, alábenlo, demos gracias por estar aquí reunidos en la casa del único y más fiel de todos, gracias papá, gracias por la vida de mis hermanos, por qué hay un pan en nuestra mesa, no nos abandones padre glorioso, abrigarnos en tu manto que sabemos que es fuerte, que es limpio, nos redimimos ante ti, toma nuestra vida, perdona nuestros pecados, aquí todos somos tus hijos padre santo, y nos has mirado con gracia.

O a veces interactúaban con algo más "dinámico" por llamarlo de alguna manera diciendo: Te levantamos, Jesús, en alto, todo el mundo aquí levante su voz, vamos a levantar y exaltar el nombre ante cual toda rodilla se doblara y toda boca confesará. Y la gente lo hacía, saltaba, gritaba, aplaudía, se escuchaban los tambores cada vez más fuerte, la gente se emocionaba y por mucho que odie admitirlo me sentía celoso de estas personas, de cómo amaban tan ciegamente, a ellos Dios si los quería y ellos se desmoronaban ahí, niños, adultos, abuelos, hombres, mujeres, puedo apostar que si alguien trajera un perro también actuaria así... tan... entregado. Cantaban con tanta pasión. Con tanto... amor... y veía a Leandro... no estoy seguro de que haya abierto sus ojos durante todas las primeras canciones. Casi nadie tenía los ojos abiertos, estaban tan enterrados en su mundo que si alguien entrara podría robarlos fácilmente, pero no parecía que alguien pudiera entrar a robarles y romper el momento. Cosa de los favoritos de Dios quizá, no lo sé. Los detesto porque no puedo ser yo. Los detesto porque tienen algo que nunca voy a tener. Cuando me di cuenta mi pie subía y bajaba al ritmo de la batería, me detuve y volví a ver a la gente a mi alrededor. En su mundo. En su maldito mundo, perdidos. Malditos.

L(e)androDonde viven las historias. Descúbrelo ahora