Hospital de niños

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Ush

Leandro me marcó como 18 veces seguidas y yo tenía el teléfono en vibrador. Me preocupé porque quizá era una emergencia, así que lo llamé cuanto antes, se tardó 9 timbres en atender, 5 más del promedio.

Estado: Preocupantemente preocupado.

—¿Lean? ¿Qué pasa? ¿Estás bien? ¿Dónde estás? - Solté apenas contestó.

—Ah, estoy en el hospital - Cuando escuché esto me quedé sin aliento.

—¿En qué hospital? - Dije con un hilo de voz.

—En el infantil - ¿Qué hacía ahí? Mi cerebro pensó un millón de cosas y solo fui capaz de decir:

—Voy para allá - Colgué y me subí al primer taxi que encontré en la calle.

—Me fui pensando todo el camino en cómo había terminado ahí. ¿Tuvo un accidente? ¿Lo habían golpeado? ¿Sus padres lo sabían? ¿Habían sido ellos y por eso me había llamado a mi? ¿Estaba siendo paranoico? ¿Por qué el de niños? ¿Estará bien? ¿Lo habrán atendido ya?

Cuando llegamos (y por llegamos me refiero al señor del taxi y a mi [que, en realidad el señor del taxi solo me dejó y se fue, no es como que él hubiera estacionado el auto y se hubiera bajado a comprobar que a Leandro no le faltara un riñón o seis litros de sangre] pero ajá, en fin, llegamos del singular llegué en el taxi que se fue en cuanto me bajé) corrí hasta el mostrador y traté de parecer calmado.

—Hola, disculpe, estoy buscando a Leonardo Onnel - La mujer en el mostrador se acomodó los lentes y me sonrió.

—Si, claro, en la sala Delfines, segundo pasillo a mano derecha - Señaló hacia el fondo. Le agradecí y caminé apresuradamente, cuando vi el letrero que decía delfines me asomé por la ventana a un lado.

Solté un suspiro aliviado.

No estaba herido.

Estaba siendo aplastado por un montón de niños.

Abrí la puerta lentamente.

—Bueno niños, déjenlo respirar - Dijo un hombre riendo al fondo del salón.

Las miradas fueron hacia mi cuando la puerta soltó un chillido.

—¡Landro! ¡Pensé que era broma! - Dijo Leandro poniendose de pie.

—Ammm.. es que... marcaste como un millón de veces, creí que tenías un problema - Agité el celular frente a mí, él hizo una mueca extrañado y buscó el suyo, palpó sus bolsillos y no encontró nada, pronto el celular empezó a sonar en mi mano. Era una llamada entrante de Leandro. o bueno, de su número. Volteamos atrás donde unos niños se estaban riendo.

—Creo que ahí tienes tu respuesta - Leandro se acercó, tomó el teléfono y colgó la llamada - Creo que algunos de estos chicos se pusieron a jugar con él.

—Por eso tardaste más en contestar - Lo dije casi en un susurro para mí mismo más que nada.

—¿Qué? - Se volteó revisando el historial de llamadas en el que efectivamente estaban un montón.

—No, nada, que se me hizo extraño - Vi sobre su hombro a los niños que hablaban entre ellos.

—¿Por qué le llamaron tantas veces pequeños mapaches desastrosos? - Guardó el celular de nuevo en su bolsillo y se acuclilló a picar las panzas de los niños que reían con el reclamo.

—¡Lo llamas muy seguido, queríamos saber quién era! - Dijo uno.

—Si, nunca vienes con nadie, creímos que no tenías amigos! - Dijo otro más.

L(e)androDonde viven las historias. Descúbrelo ahora