Capítulo XIII: Pactos y Decisiones

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Perspectiva de Kamille

Me desperté con pesadez, sintiendo la boca seca y una molestia en mi cabeza, me estiré en la mullida cama y me senté, asustándome al no reconocer en dónde estaba. Busque mi teléfono por costumbre y me asusté al no encontrarlo, pero inmediatamente me calme al recordar que lo había dejado cargando en mi habitación en casa Giry. En su lugar, encontré el antifaz negro que uso Erik la noche anterior, lo tomé entre mis manos y sonreí por los recuerdos borrosos de la noche anterior.

Me avergoncé tanto por mi forma tan desmedida de actuar con él, debía pedirle disculpas tan pronto lo viera, de nuevo mi imagen debía ser realmente mala ante el Fantasma.

Salí de la cama rápidamente, sintiendo el piso frío en mis pies y corriendo al baño, me lavé la cara y me ví en el espejo. Sin poder creer que había pasado la noche en casa de Erik, no tenía mi teléfono conmigo y los Giry debían de estar preocupados por mí, Amelia me estaría buscando y yo tenía que salir de ahí.

Al notar que llevaba el mismo vestido que me puse la noche anterior tuve una sensación extraña en mi pecho, Erik no se había propasado conmigo, de hecho, podía asegurar que ni siquiera había dormido en esa habitación. Era tan distinto al imbécil de Chagny, me sonroje al recordar todo lo que pasó en la Mascarada y por impulso busque el anillo en mi mano, debía encontrarlo para devolverlo.

Al salir del cuarto busque con la mirada al Fantasma, pero no había rastro de él en el recinto, sólo un leve aroma a café en la cocina. Camine hasta allá sintiendo mi estómago rugir y al lado de la cocina eléctrica reposaba un plato con una tapa plateada, encima de esta una nota en francés con letras rojas escritas en cursiva.

Espero que amanecieras bien, mi querida Kamille.

Tuve que salir a resolver ciertos conflictos en la Ópera.

Te deje un delicioso desayuno, come y ponte cómoda.

Estás en tu casa, volveré en la tarde.

Fantôme.

Dejé la nota de lado con una calidez en el pecho por leer lo que me decía Erik, tratándome con tanta familiaridad y confianza que me hacían creer que éramos algo más, al descubrir toda la comida que me esperaba bajo la tapa creí que no iba a poder comerme todo eso.

Había una torre de cuatro panqueques con miel y moras, dos trozos de pan tostado con mantequilla, una manzana, jugo de naranja y una taza de café negro. Mordí una tostada y me llevé el plato con toda esa provisión para la mesa, era tanta comida que estaba segura que podía almorzar también con lo que me quedara del desayuno.

Comí en silencio y sintiéndome incómoda por no llevar mi teléfono conmigo, no podía avisarle a nadie en dónde estaba y eso me iba a meter en problemas con los Giry. Era domingo, pero me parecía muy poco profesional de mi parte no aparecer cuando había dicho que volvería esa misma noche.

Ahora me encontraba comprometida con un conde, siendo obligada a casarme con un lunático que sólo se había encaprichado conmigo porque compartimos un vuelo, mis ojos se llenaron de lágrimas, pensé que venir a Francia a estudiar iba a hacerme feliz y ayudarme a salir adelante, lejos de mi tierra natal donde vivir era imposible por la inseguridad y la devaluación de la moneda.

Nunca pensé que aceptar venir a la Reinauguración de la Ópera me traería tantos problemas, de haberlo sabido, me hubiera quedado leyendo ese libro de Gastón Leroux y luego acostado a dormir, soñando con ver el río Sena o visitar la Torre Eiffel.

Pero, si no hubiera ido con Marie y el señor Jean Baptiste a esa gala, nunca podría haber conocido a Erik, a mi entonces salvador desconocido del palco número cinco, quien me dejó ocultarme en ese sitio y me brindo la confianza para salir por uno de sus pasadizos secretos, todo para que Christian Chagny no me lastimara.

Me enamoré del Fantasma de la ÓperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora