32. Tener compañía.

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Advertencia: en este capítulo se habla del consumo y la adicción a sustancias. Se habla de pensamientos suicidas y de autolesión, si cualquiera de estos temas es un desencadenante para ti, recomiendo que no leas este capítulo.💖

La mamá biológica de Keila la amaba, realmente lo hacía, pero no era más que una niña

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La mamá biológica de Keila la amaba, realmente lo hacía, pero no era más que una niña.
Se quedó embarazada a los dieciséis, pero no tenía dinero para abortar y tuvo a su hija a los diecisiete. Ella sabía que no podía tenerla, pero aún así, se tomó un tiempo para ambas. Keila nunca lo sabrá, pero en su primera semana de vida, su madre hizo todo lo posible para tener un recuerdo de ella. La arreglo, le tomó fotos, durmió junto a ella, la admiro hasta el cansancio y pasados los siete días, como si hubiese sido una orden, la llevo a un orfanato, donde se encargó de que la recibieran, porque dejarla en la puerta le parecía cruel, más con el calor que hacía, no quería que tome sol de esa forma.

Los años pasaban, Keila crecía y volviendo a usar la lógica de Nara, no sabemos si ella es una protectora por completo, más bien podríamos decir que es una protectora protegida, porque tiene una personalidad muy  fuerte, solo que aún no la había descubierto, pero la misma sabía salir a flote cuando alguien que ella quería estaba mal.

Los primeros años de escuela no le gustaron, le parecían algo que probablemente trataría con un psicólogo a futuro y sí, quizá era muy pequeña como para saber que era un psicólogo, pero también era muy pequeña como para tener ese miedo al abandono.

En quinto de escuela conoció a Nara y apenas la vio, la amó, porque jamás había visto a alguien con tanta seguridad. Amaba que no dejase que nadie la moleste, pero que también fuese cariñosa con quienes la trataban bien, es por eso que encajaron tan bien desde el principio, pues ella era lo que equilibraba esa personalidad de Nara.

Luego, conocieron a Amber y para Keila, fue como ver a un gatito negro con ojos increíblemente grandes y hermosos que la hicieron creer que jamás vio algo más tierno antes. A Keila no le asustaba la oscuridad de sus amigas, más bien se sentía cómoda entre ellas, porque se sentía familiar.

Agradecía que al menos la hayan mandado a la misma escuela toda su vida, pues pasaba de casa en casa, pero casi siempre la devolvían al orfanato porque nunca hablaba, no porque no supiera, sino porque tenía miedo, no le gustaban sus padres sustitutos.
Pero cuando Jeny y Anastacia la llevaron a su casa por primera vez, lo primero que hizo fue gritar de alegría, pues no solo tenían un hermoso san bernardo, sino que le habían preparado una mesa de dulces.

—¿Eso es para mi?— fueron las primeras palabras que sus madres oyeron por su parte.

La amaron apenas le vieron y cuando la adoptaron oficialmente, preguntó si podía invitar a sus amigas a casa, a lo que obviamente le dijeron que sí. Ella estaba orgullosa de presentarles a sus mamás, pero para Keila, más importante que eso, era presentarle sus amigas a sus madres, porque ellas fueron su familia antes que cualquier otra persona.

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