27. Bicho raro.

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El invierno eterno es eso

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El invierno eterno es eso... no hay risas, no hay colores, no existe el cielo celeste, tampoco el pasto verde. No hay flores de colores, mucho menos un arcoíris luego de la tormenta. La brisa helada te obliga a cerrar los ojos mientras caminas sin rumbo, tratando de no tropezar con la nieve que te congelara las rodillas si caes al suelo. Solo intentas seguir una luz, casi como llegar al final del túnel mortal, donde intentas llegar a ese lugar donde al fin podrás caerte y descansar. Pero el invierno eterno también es eso, también es una guerra constante, donde tus pensamientos son tanto los monstruos como tus armas de defensa.
Los monstruos te empujan, quieren que te caigas, porque saben que no habrá nadie ahí para sostenerte, saben que nadie podrá sacarte de esa guerra qué hay dentro de tu cabeza y si alguien puede no querrá hacerlo... hasta que sí hay un valiente.
Un marinero, que más que valiente es curioso, que se guía más por instinto que por inteligencia, que al desembarcar vio a una sirena congelándose a la orilla del mar helado, porque no sabe usar sus piernas una vez que su cola desaparece, pero el, atraído, vaya a saber la Virgen del Carmen, por qué, intenta casi sin darse cuenta de ayudarla.
Entonces, sin que nadie lo espere, hay alguien a tu lado, alguien que te sostiene mientras ambos caminan a través del viento despiadado, alguien que te da calor humano, mientras ambos intentan llegar a la luz, que cada vez se parece más a una hoguera donde nadie podría imaginar la nieve y entonces sientes la escarcha en tus pómulos, la sientes resquebrajarse, mientras apoyas tu mejilla en su pecho, sientes como ya no importa si hay frío o nieve, o rodillas congeladas, porque ya no estás sola y al no estarlo, los monstruos retroceden, ya no son tan valientes cuando ven a alguien dispuesto a enfrentarlos.
El valiente lo es hasta que el cobarde se aburre ¿no es así?

Los monstruos ya no dan tanto miedo, ya no te aterra pensar en la última luz del día, ya no sientes miedo de morir congelada en las noches, el campo de batalla en medio de la nieve se va derritiendo, lo gris se empieza a desvanecer y las rosas rojas a florecer... los monstruos vuelven a retroceder.
¿Pero qué pasará cuando el marinero tenga que volver al océano?

La mirada de Alex en este momento, fácilmente podría derretir la escarcha de mis pómulos. Él me miraba de una forma tan cálida, se sentía increíblemente familiar e increíblemente atractiva, casi como si él supiera como comunicarme lo que piensa de mi sin decirlo.

—Amber, estás preciosa— susurró, mirándome de arriba a abajo sin descaro alguno.

En mi armario del caserón encontré unas prendas muy aceptables para esta noche, así que me había colocado una falda negra que era algo ajustada a mi gusto, pero combinarla con una camiseta de manga larga de hombros descubiertos se vio muy bien, por eso no me la cambié.
Muy disimuladamente me había puesto el body de lencería negro por debajo, escondiendo sus mangas para que no arruine el detalle de la blusa.

Sentí algo en mi estomago, casi como si se me hubiese hecho un pozo y sonreí nerviosa, aún me costaba acostumbrarme a la mirada descarada de Alex, pues él tiene ese lado tan intenso que hace imposible que no sientas todo a flor de piel de forma increíblemente sensible y aunque a veces me hace estar al borde del colapso, creo que puedo acostumbrarme a sentirme así de bien.

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