33. Yo soy mi propio Dios.

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Cuando Leo tenía 12 años, sabía cocinar, limpiar, el camino de ida y vuelta de la escuela, que autobús tomarse, los números de emergencia, que amaba el pollo frito y que por sobre todas las cosas, odiaba a sus padres

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Cuando Leo tenía 12 años, sabía cocinar, limpiar, el camino de ida y vuelta de la escuela, que autobús tomarse, los números de emergencia, que amaba el pollo frito y que por sobre todas las cosas, odiaba a sus padres.

No porque le hayan hecho algo malo, sino porque prácticamente lo habían abandonado. Sus padres se pasaban de viaje, porque sus padres eran dueños de una agencia de viaje y prácticamente parecían no querer perderse de ningún viaje, así que también iban, pero no llevaban a su hijo.
Leo tenía una niñera, su amada Anahir, a quien quiso más que a su madre, hasta que decidieron que ya era grande para tener una niñera y a los quince volvió a quedarse solo.

No le gustaba estar solo, porque su casa era grande, silenciosa, fría y nadie nunca lo venía a ver, excepto cuando sus padres volvían, pero se quedaban máximo un mes y luego a otro destino.
¿Si quiera sabían cuando era su cumpleaños?

Se cuestionaba si sabían que existía, se preguntaba porque mierda lo habían tenido, si al final del día él tenía el mismo valor que un jarrón en un rincón para ellos. Eso lo hizo sentirse insuficiente desde siempre y le dejó en claro que jamás tendría hijos si eso significaba que ese pobre niño se iba a sentir así.

Usando la teoría de Nara, no sabemos si nuestro pequeño Leo era un protector o un protegido, más bien, diremos que depende de la situación, además, la única persona que ha tenido que proteger, ha sido el mismo.
No le gustaban las fiestas, pero eran la única oportunidad que encontró para no morir de soledad y desarrolló su humor para evitar que se den cuenta de que en realidad, estaba deprimido.

Cuando conoció a Alex, se sintió cómodo, porque no lo trataba diferente, más bien, sintió que ambos tenían algo en común, él no sabía que era, pero lo que compartían, era que ambos fingían ser algo para que los acepten más fácil.
Con Max fue diferente, porque no compartían ninguna actividad en común, más bien el vino con Alex, pero ese chico amable, le ofreció jugar al uno, porque sí, porque estaban aburridos y porque tenían tiempo libre y Leo lo amó.

Podía decir con seguridad que ellos eran sus primeros amigos y él no quería decirlo porque creía que lo considerarían ridículo, ¿quien hace sus primeros amigos a los 18? Pues él y eso lo hacía feliz.
A él le parecía muy linda un chica de su salón, ella tenía el pelo rojo y siempre estaba con sus amigas, intercambiando libros y haciendo unas fichas muy raras con colores, las cuales pegaban en las primeras hojas de sus libros.
No solo le gustaba porque le parecía linda, le gustaba porque era inteligente, porque era fuerte y porque no le tenía miedo a absolutamente nada, pero eso la hacía demasiado buena para él.
Sin embargo, aquella noche en el caserón, ambos se conocieron a un nivel más profundo y sí, él se prestó para el momento lujurioso, pero cuando Nara se puso a llorar porque se desbordó de emociones, el solo la abrazó, no quería que la hicieron sentir como si sus emociones no fuesen válidas, no quería hacerla sentir como siempre lo hacían sentir a él.

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