"𝐋𝐚 𝐟𝐢𝐝𝐞𝐥𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐞𝐱𝐢𝐬𝐭𝐞 𝐜𝐮𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐞𝐥 𝐚𝐦𝐨𝐫 𝐞𝐬 𝐦á𝐬 𝐟𝐮𝐞𝐫𝐭𝐞 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐥 𝐢𝐧𝐬𝐭𝐢𝐧𝐭𝐨"
—𝐏𝐚𝐮𝐥 𝐂𝐚𝐫𝐯𝐞𝐥
—Alice, ya te he dicho que no tengo ganas de ir a esa discoteca—repetí por cuarta vez en lo que llevábamos de conversación.
Estaba empeñada en que teníamos que salir de fiesta para olvidarnos de lo de Connor y de todo lo que había pasado.
Salida de chicas lo había llamado.
—Pero tía tienes que salir a divertirte—replicó como una niña pequeña al otro lado del teléfono.
Puse los ojos en blanco y suspiré.
—Escucha Alice, cuando tenga ganas de salir de fiesta, tú serás la primera a la que se lo diga, ¿vale?
Escuché como resoplaba al otro lado del teléfono.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo.
Después de terminar la llamada con Alice, permanecí en mi habitación todo el día.
Los Stein habían salido por la tarde a hacer no sé que cosa y había preferido quedarme en casa.
De hecho, Frey se había querido quedar conmigo, pero yo había dicho que no.
Lo último que necesitaba era pasar tiempo a solas con él, desde la que monté la semana pasada.
Me daba una vergüenza terrible lo que había sucedido, ya que quería hacerlo con él. De verdad.
Sin embargo, Connor apareció en mi cabeza y todo se fue al traste.
✠✠✠
Eran casi las siete de la tarde, cuando mi móvil comenzó a sonar.
Refunfuñando me desplacé en la cama para cogerlo, el cual se encontraba en la mesilla. Y cuando vi quien me llamaba, la sangre se me congeló.
Dylan, el hermano mayor de Connor, se encontraba llamándome.
Mi corazón se encogió y rápidamente colgué la llamada asustada.
¿Qué querría?
¿Por qué me llamaba?
¿Sospechaba algo de mí?
Comencé a caminar sin rumbo por la habitación, mientras notaba como la situación me estaba comenzando a desbordar.
Lo sabía.
Seguro que lo sabía.
Dylan era igual de capullo que su hermano, pero increíblemente listo.
Estaba segura de que lo sabía.
Pero si era verdad, ¿por qué no había ido a la policía?
¿Por qué había decidido llamarme?
Quizás no tenía pruebas...
Pero era cuestión de tiempo que las encontrase.
A ver, los Stein supuestamente habían arreglado todo... Pero eran humanos y se podían haber dejado algún cabo suelto.
Pero aun así me merecía que la policía me arrestase, era una asesina.
Frené en seco mientras me recostaba en la pared y respiraba entrecortadamente.