"𝐘𝐨 𝐬𝐨𝐲 𝐥𝐚 𝐩𝐫𝐨𝐲𝐞𝐜𝐜𝐢ó𝐧 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐦𝐞𝐧𝐭𝐢𝐫𝐚 𝐞𝐧 𝐪𝐮𝐞 𝐯𝐢𝐯𝐞𝐬, 𝐣ú𝐳𝐠𝐚𝐦𝐞 𝐲 𝐬𝐞𝐧𝐭é𝐧𝐜𝐢𝐚𝐦𝐞 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐬𝐢𝐞𝐦𝐩𝐫𝐞 𝐞𝐬𝐭𝐚𝐫é 𝐯𝐢𝐯𝐢𝐞𝐧𝐝𝐨 𝐞𝐧 𝐭𝐢"
—𝐂𝐡𝐚𝐫𝐥𝐞𝐬 𝐌𝐚𝐧𝐬𝐨𝐧
Cuando a la maña siguiente me desperté, todo en mi mente era un remolino de recuerdos.
Recordaba a un hombre muerto... Recordaba a Frey manchado de sangre... Y bueno... Recordaba a medias lo que sucedió en el gimnasio.
Me incorporé lentamente y fue cuando noté un pequeño dolor en mi zona íntima y en los nudillos de mis manos, los cuales habían sido vendados.
Pasé una de mis manos delicadamente por mi cuello y noté pequeñas punzadas de dolor, lo cual significaba que seguramente estuviese lleno de marcas.
Interrumpiendo mi análisis de lo que sucedió ayer en mi cuerpo, Frey abrió la puerta de la habitación llevando una bandeja de comida.
Llevaba una camisa negra con los primeros botones abiertos, mostrando un poco la pálida piel que estaba debajo.
Recorrió la habitación, llegando a donde estaba sentada en la cama y dejando la bandeja a mi lado, para luego sentarse.
Nos miramos por unos segundos sin saber muy bien que decir, me había desmayado en sus brazos mientras estábamos en el gimnasio, por lo tanto, él me había llevado a su habitación, me había puesto mi pijama y me había curado las heridas en mis nudillos.
Le miré atentamente a sus ojos, comprobando como sus pupilas habían vuelto a su aspecto normal, al igual que su expresión; estaba seria, pero no era la misma expresión sanguinaria de ayer.
—¿Por qué le mataste?—solté de golpe, pero sin que su rostro se inmutase—¿Y por qué Kaia dijo que otra vez no? ¿Lo habías hecho antes?—seguí preguntando mientras su expresión se mantenía impasible—A ver, no me refiero a lo que haces con tu familia, sino a cuando...
—Lo maté porque era un borracho que ayer fue a nuestro jardín y se puso a amenazarnos por un asunto de Mason—respondió Frey cortante a mi primera pregunta—Kaia dijo eso, ya que esto ha ocurrido en otras ocasiones, en peleas de bar por mi parte o en situaciones similares.
Me quedé callada sin separar mi mirada de sus ojos, ¿le creía?, no lo sabía.
Pero me parece que lo que decidí fue querer creerle, porque aunque me costase admitirlo, elegiría a Frey sobre todas las cosas.
Si ya se podía decir que jamás le hubiese dejado antes de lo de ayer en el gimnasio, después de eso era como si de alguna forma me hubiese ligado a él.
Bajé mi mirada de sus ojos al resto de su rostro y fue cuando me percaté de que tenía un moratón en uno de sus pómulos.
—¿Te duele?—le pregunté en un hilo de voz mientras una de mis manos se dirigía a acariciar con suavidad dicho golpe.
Frey no hizo ninguna mueca ante esto último.
—He tenido peores—contestó sacándome una pequeña sonrisa que se escapó de mis labios.
Entonces me incliné y con suavidad, dejé un beso en su moratón consiguiendo que me mirase confundido.
—Mi madre lo hacía conmigo—expliqué mientras mis mejillas se sonrojaban—Decía que así la herida se curaba y ya no dolía.