"𝐏𝐫𝐨𝐦𝐞𝐭𝐢𝐞𝐫𝐨𝐧 𝐪𝐮𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐬𝐮𝐞ñ𝐨𝐬 𝐩𝐮𝐞𝐝𝐞𝐧 𝐡𝐚𝐜𝐞𝐫𝐬𝐞 𝐫𝐞𝐚𝐥𝐢𝐝𝐚𝐝, 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐨𝐥𝐯𝐢𝐝𝐚𝐫𝐨𝐧 𝐦𝐞𝐧𝐜𝐢𝐨𝐧𝐚𝐫 𝐪𝐮𝐞 𝐥𝐚𝐬 𝐩𝐞𝐬𝐚𝐝𝐢𝐥𝐥𝐚𝐬 𝐭𝐚𝐦𝐛𝐢é𝐧 𝐬𝐨𝐧 𝐬𝐮𝐞ñ𝐨𝐬"
—𝐎𝐬𝐜𝐚𝐫 𝐖𝐢𝐥𝐝𝐞
Unos gritos ensordecedores habían consumido la casa.Me encontraba solo en mi habitación, así que preocupado salí a echar un vistazo.
Era tan extraño...
¿Quién podría estar gritando a estas horas?
Aceleré mi paso hasta que prácticamente estaba corriendo; el dolor del hombro aún estaba presente, pero me daba igual.
Cuando llegué al recibidor todos los jarrones y las mesas estaban por los suelos completamente rotos. Y entonces vi a un sujeto encima de alguien, de la persona que estaba gritando.
No tuve que acercarme más para saber que era Evelyn.
Así que mientras notaba como la ira se hacía paso en mi cuerpo, corrí en su ayuda.
Pero justo cuando había llegado, noté algo afilado clavarse en mi espalda; atravesó toda mi espalda hasta perforar mi corazón.
Todo en mí se nubló mientras caía en un charco de sangre y mi mirada y la de Evelyn se encontraban por última vez.
Me desperté de golpe.
Impulsándome con tanta fuerza que me hice daño en el hombro.
Mi respiración era un completo desastre y una ansiedad se había comenzado a hacer paso en mi pecho ante esa pesadilla.
Ante la simple idea de que ella estuviese en peligro y no pudiese hacer nada.
Esta era la cuarta vez desde que no estaba hasta arriba de pastillas, que tenía pesadillas constantes sobre ella.
Miré la hora en mi reloj y eran las ocho de la noche.
Ni siquiera me acordaba de haber llegado a mi habitación, pero al tener una botella de vodka por la mitad a mi lado, me podía hacer una idea de lo que había pasado.
Antes de Eve, mi estimulante era el alcohol y a veces matar. Yo era el que solía ejecutar a los sujetos después de ser torturados.
Era, como muchas veces me había llamado Mason, pura sangre caliente.
A veces en las discotecas, cuando iba hasta las cejas y algún capullo se me acercaba para pelear, acaba con él.
Santos nunca eran, así que aunque mamá opinase lo contrario, me iba a dar igual.
Sin embargo, cuando no mataba, bebía hasta quedarme dormido o entrenaba como un loco.
Eso cambió cuando llegó ella.
Fue como si todos estos estimulantes fuesen reemplazados por ella.
Había comenzado a respirar entrecortadamente y por mucho que bebiese de la botella, necesitaba verla.
Necesitaba comprobar que estaba bien.
Salí de mi habitación con la botella en la mano y me dirigí a la suya.