"𝐂𝐮𝐚𝐥𝐪𝐮𝐢𝐞𝐫𝐚 𝐞𝐧 𝐬𝐮 𝐬𝐚𝐧𝐨 𝐣𝐮𝐢𝐜𝐢𝐨 𝐬𝐞 𝐡𝐮𝐛𝐢𝐞𝐫𝐚 𝐯𝐮𝐞𝐥𝐭𝐨 𝐥𝐨𝐜𝐨 𝐩𝐨𝐫 𝐭í"
—𝐄𝐧𝐫𝐢𝐪𝐮𝐞 𝐅𝐫í𝐚𝐬
¿Rhett Lombardi?
Según iba bajando las escaleras, esa pregunta se repetía en bucle en mi cabeza.
Al parecer, era un buen amigo de la familia Stein que iba a venir hoy de visita a ayudarnos con lo de Wilson y de paso me lo iban a presentar.
Cuando llegué a donde estaban, me encontré con un chico alto, de pelo negro y ojos marrones, con el tatuaje de un pájaro en su cuello y de complexión atlética.
A su lado, se encontraba una chica también de pelo negro, la cual supuse que sería su hermana.
—¡Eve!—exclamó Mila emocionada—Él es Rhett y ella su hermana Cindy.
Me acerqué a ellos y fue cuando pude ver a Heist, Kaia y Frey al otro lado de la sala y con cara de pocos amigos, Frey el que más.
—Un placer—dijo Rhett cuando llegué a su encuentro y dejó un beso en el dorso de mi mano, no sin antes darme un repaso de arriba a abajo.
Con su hermana simplemente intercambié dos besos y al instante estaba yendo a donde estaba Frey.
Mila les hizo pasar a otra sala y yo entrelacé mi mano con la suya.
—¿Quieres que nos vayamos?—me preguntó como si me estuviese leyendo la mente.
Al instante desvié mi mirada del frente hacia el con una sonrisa.
—¿A dónde?
—Tu confía.
✠✠✠
Frey y yo llevábamos casi una hora de trayecto y este se negaba a decirme donde estábamos yendo.
El cielo cada vez se oscurecía más y cada vez nos adentrábamos más en el bosque, hasta que llegamos.
En lo alto de una colina, había una especie de casa rural, que debía pertenecer a los Stein.
No me di cuenta de que Frey se había bajado del coche, hasta que abrió la puerta del copiloto y le miré con una sonrisa.
—Frey, esta casa es genial—comenté mientras me bajaba.
Él me miró con una sonrisa antes de cogerme en brazos, colocarme en su hombro y comenzar a llevarme en volandas al interior, mientras pataleaba.
—Pues espera a ver la piscina, preciosa—dijo riéndose mientras me unía a su risa.
Recorrimos el camino de la entrada, Frey abrió con una mano la puerta y entramos en una casa preciosa; con prácticamente todos los muebles de madera, dos pisos y una gran chimenea, entre otras cosas.
A través de una puerta de cristal salimos a lo que parecía el jardín con una gran piscina de luces, que Frey no tardó en encender, con mi cuerpo aún en su hombro.
—¡Frey, bájame!—le pedí entre risas antes de que cogiese carrerilla y me tirase al agua.
Noté el golpe del agua en mi cuerpo, como si fuesen mil cuchillos clavándose en mi piel; la piscina era climatizada sí, pero eran las putas diez de la noche y hacía un frío invernal.
Salí de golpe a la superficie mientras intentaba flotar, para luego dirigirme al bordillo y encontrarme con la divertida mirada de Frey desde fuera de la piscina.