"𝐋𝐚 𝐨𝐬𝐜𝐮𝐫𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐞𝐬 𝐦𝐢 𝐜𝐚𝐦𝐢𝐧𝐨 𝐲 𝐭𝐮 𝐚𝐠𝐨𝐧í𝐚 𝐦𝐢 𝐚𝐥𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨"
—𝐀𝐧ó𝐧𝐢𝐦𝐨.
𝐅𝐫𝐞𝐲 𝐒𝐭𝐞𝐢𝐧
En el momento en que mis ojos se abrieron, fueron atacados por la luz que entraba por el gran ventanal de la sala de estar de la habitación.
Tuve que hacer memoria por unos momentos de todo lo que sucedió ayer con Eve, pero en el momento en que descendí la mirada, me hice una idea de lo que más o menos había sucedido.
Eve se encontraba en una posición un tanto extraña sobre mi cuerpo; se encontraba abrazándome con ambos brazos y su cuerpo se encontraba prácticamente recostado sobre el mío.
Por un momento, no supe qué hacer.
Ayer era más que evidente que se encontraba incómoda a mi lado, por la forma en la que se acercaba con cautela a mí o que, por ejemplo, aún ni nos hubiésemos besado.
Con cautela, una de mis manos se dirigió a su cintura cubierta por la camiseta que le dejé ayer y la aparté con suavidad de mi cuerpo, dejándola acostada al otro lado de la cama.
Por un momento tuve miedo de que se despertase, pero tan solo se acurrucó y se volvió a quedar sopa.
Sin poder evitarlo, una de mis manos se dirigió a su pelo castaño completamente enmarañado y lo aparté de su rostro, permitiéndome ver su relajada e inocente expresión.
Ella no era como nosotros, por mucho que lo intentase aparentar.
Me separé de ella y me levanté en silencio de la cama; me dirigí al armario y saqué el primer traje negro que encontré, me lo puse y pasé al baño a lavarme la cara.
Cuando salí, miré la hora en el reloj de una de las paredes y al ver que tan solo eran las siete de la mañana, supe que Eve tardaría en levantarse.
Sin pensarlo mucho, me dirigí a la mesita donde estaba el ron y me serví un buen vaso, en un intento de relajarme.
Apenas llevaba dos sorbos, cuando noté unas pisadas a mi espalda.
—¿Frey?—escuché la voz somnolienta de Eve.
Me giré al instante y me la encontré de pie, un metro alejada de mí y frotándose los ojos como una niña pequeña.
—Vuelve a la cama, aún es pronto—me limité a decir con mi mejor tono de voz.
Ella me miró con atención y mordió su labio inferior, como si estuviese valorando que decir.
—¿Vas a volver?—me preguntó con suavidad—A casa.
Mi mirada no se despegó de ella en ningún momento y, por lo tanto, pude ver el nerviosismo por mi respuesta en su cara.
—Solo si tú quieres que vuelva—me limité a responder con frialdad.
Ella al instante desvió la mirada que hasta hace unos segundos había estado en el suelo, a mis ojos.
—Es tu casa Frey—respondió ella, pero al ver que estaba a punto de replicar, agregó lo siguiente—Pero si, si quiero que vuelvas.
Mi rostro permaneció inmutable cuando asentí y dije lo siguiente:
—Entonces vístete, te llevaré a desayunar algo y luego volveremos—ordené con firmeza y frialdad.
Era extraño lo fría que estaba siendo la situación.
Por un momento quise acercarme a tocarla o darle algún beso para relajar la situación y que viese que no estaba enfadado, pero no quería asustarla.