3

612 67 87
                                    

—Buenos días, mundo...

Valentina se deja caer en la silla susurrando que es un alivio que hoy sea sábado y no trabaje.

Su primera semana de trabajo fue un caos total.

Literalmente.

Y es que la niña no sabe quedarse callada y todo el día discute con el jefe porque odia que le den órdenes. Ah, pero la niña quería ser asistente.

—¿Y? ¿Cuál es el plan de hoy? —me dice llamando mi atención.

—Trabajar. —respondo obvia.— La cafetería no se detiene.

—Que aburrido trabajar. Busquemos a un príncipe millonario para casarnos.

Niego conteniendo mi risa mientras coloco las flores en la mesa. Valentina sonríe.

—¿Sabes qué? Deberíamos casarnos con un árabe, yo seré la primera esposa y tú la segunda.

—¿Y por qué yo no la primera?

—Porque fue mi idea. —se defiende.— Iremos juntas a todas partes y seremos millonarias. Bueno, tu ya eres.

—¿Es que no te puedes sacar la palabra millonarias de la cabeza?

—No, la verdad no. Ser millonaria es un privilegio tan bonito...

Me vuelvo a reír, me acerco a la puerta asegurándome de que el cartel de cerrado siga puesto porque no quiero gente aquí todavía.

Necesito un descanso.

Esto a lo que llaman vida adulta con responsabilidades es tan aburrido...

Valentina se la pasa hablándome de todo lo que hizo en la semana y lo extenuante que fue llegar a una sintonía con su jefe. Le escucho en medio de tanto caos que tengo en la cabeza.

Y a pesar de sus quejas, mi consejo sigue siendo;

Haz caso a lo que te pide, es tu jefe y obedecerle es literalmente tu trabajo.

Es que para eso le pagan.

—¿Me das dos cafés?

Levanto la mirada de mi amiga de inmediato. Entrecierro los ojos.

—Está cerrado, ¿Qué no leíste?

—Dos cafés. —repite antes de tomar una mesa.— Pero rápido, odio esperar.

Retengo el aire en mis mejillas conteniendo las ganas de echarlo de aquí. Y no por él, si no por su guapo amigo que le acompaña.

—¿Y tú quién te creíste?

—¿Un cliente quizá? —arquea una ceja.— Dios, quién te entiende.

—Tu abuela, maldito. —ruedo los ojos.— ¿De qué quieres tu café?

—Pues de café.

Escucho la risa de su amigo y mi amiga. Aprieto los labios mientras asiento. Es lo más lógico del mundo.

A regañadientes camino a la cocina y preparo su maldito café.

De todas las cafeterías del mundo, tuvo que venir a esta, a la mía. A la única en donde no es bienvenido.

Les llevo su café, me relajo cuando su amigo me pide dos croissants y tan pronto se los llevo, regreso con mi amiga sentándome frente a ella.

—¿Cómo consiguió la dirección?

Mi amiga carraspea evadiendo la mirada, jadeo.

—¡Valentina!

Los dos intrusos me miran, mi amiga oculta su rostro avergonzada.

Almas Que No Son Gemelas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora