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Apago la impresora y junto todas mis hojas antes de perforarlas. Valentina que está sentada en la cama me mira y sonríe en el proceso.

Sé que quiere preguntar muchas cosas. Y especialmente porque he estado muy callada desde que tuve esa discusión con Ruggero.

Y por supuesto ella y el amor de su vida han intercambiado valiosa información y quieren seguir haciéndolo pero ya no tienen material o contenido.

Y verme haciendo esto es probablemente su salida a esta abstinencia de chisme.

Levanto la mirada. Ella sonríe aún más.

—¿Te sientes mal? ¿Quieres hablar?

—Quiero que dejes de mirarme tanto, que miedo. —me río guardando las hojas en la carpeta.

—Es que, por ahí me enteré que discutiste con Ruggero.

—Nada que ver, solo admitimos que tenemos gustos y metas diferentes. —explico.— Pero está todo bien.

—¿Está tan bien que ya ni se hablan?

Eso me hace reír. Cierro la carpeta y la lanzo a la cama antes de caminar y sentarme en esta.

Valentina sube sus piernas mirándome con insistencia.

Bueno, es que tenemos un mundo de cosas pendientes al parecer.

Tomo sus manos y juego con el bonito anillo que Maxi le dió. Se ven tan lindos juntos que se me hace estúpido que mi amiga siga pensando en Agustín.

Es que a la mente de Valentina nadie le entiende.

—Mira, es sencillo. Ruggero es bastante maduro y tiene bastante claro lo que quiere. Y eso por supuesto es libertad para seguir viendo a mujeres y teniendo sexo con ellas. —me encojo de hombros.

—Pero te quiere, y tú le quieres a él.

—Por supuesto que le quiero. —sonrío.— Demasiado cómo para ser real. Y él también me quiere, me lo dijo. Pero no lo suficiente como para estar dispuesto a abandonar su libertad.

Curva sus labios en un puchero. Sonrío.

—Pero en los libros y películas de amor siempre funciona.

—Por supuesto que sí, porque esas películas y libros están hechos para exactamente eso. Para demostrarnos que supuestamente el amor si cambia a las personas. —me encojo de hombros.— El hecho aquí es que el amor no cambia a las personas. Nadie lo hace. Una persona cambia porque quiere. Y cuando quiere.

—Pero Ruggero no es malo. Es solo que nunca se ha enamorado.

—Lo sé, Val. Lo sé.

—¿Y entonces? ¿Qué pasa?

—Él quiere libertad, tener sexo con mujeres a las que no volverá a ver, quiere vivir una vida tranquila, sin tener que rendirle cuentas a nadie y sin tener que decir que le pertenece a una sola persona y así. —explico moviendo mis manos.— Y está bien porque es un adulto y a su edad por supuesto ya sabe lo que quiere y cómo lo quiere.

—Pero te quiere a ti.

—Y yo en cambio quiero a una persona que me quiera solo a mi. Que me llene de flores, regalos, cariño... Que sea todo aquello que siempre me ha gustado tener. Lo que siempre he soñado. Quiero que me abracen al dormir, que me cuenten de su día y que cuando salga con sus amigos, les diga a las chicas que tiene novia y que la ama demasiado.

—Y Ruggero no te lo quiere dar....

—Y no lo culpo en lo absoluto, antes sí que quería que él esté conmigo. Lo anhelaba. Me sentía feliz y segura estando a su lado. Y creía que todo lo que hacía lo hacía porque sentía lo mismo que yo.

Almas Que No Son Gemelas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora