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New York... Cuánto había extrañado la escandalosa ciudad...

Y el saber que en solo dos días nos vamos me hace feliz porque ya me hace falta volver a ver a mi mamá.

Al menos me agrada que Ruggero haya estado un mes y una semana con su familia. Se nota que los ama y eso por supuesto me hace feliz.

Y bueno, como despedida, Antonella nos ha invitado a cenar... En el mismo restaurante de la discusión que nos llevó a terminar momentáneamente.

Y si, me he prometido ser más cuerda y dejar de dejarme llevar por la primera palabra siempre.

Así que aquí estamos...

Ruggero juega con mi cabello mientras escuchamos a Antonella decirnos lo agradecida que está con nosotros por haber venido hasta aquí.

Y sé que lo dice porque extraña a su hijo. Es que digo, es Ruggero.

Todos aman a Ruggero.

Pero nadie más que Leonardo. Quién por cierto mínimo ha dejado de hacerme caras cada vez que me ve, y ahora ya me responde cuando le hablo.

Ruggero dice que probablemente me estoy ganando un espacio en su estrecho corazón.

Yo digo que le están pagando para que me hable.

Pero sea como sea, estoy bien así.

—Buenas noches, ¿Puedo tomar sus pedidos?

¿Otra vez ella?

Me quedo en silencio sin atreverme a mirarla. Ruggero besa mi mano llamando mi atención. Le sonrío.

—Para mi novia y para mí, el especial de la noche. —le dice Ruggero.

Le sonrío sujetando su mano. Él besa mis nudillos y esperamos a que el resto pida para que la mujer finalmente se marche.

La cena transcurre con normalidad, hablamos y nos despedimos indirectamente porque estos dos últimos días los pasaremos en Roma visitando el lugar.

Y si, siendo exactamente las diez de la noche, salimos del restaurante con dirección a los autos.

Cuando estamos en el estacionamiento me despido de Antonella asegurándole que haré que Ruggero encuentre un espacio en su agenda para que vuelva.

Aún cuando sé que va a volver. Pero para quedarse...

Me despido también de Bruno y Leonardo. Aunque la despedida con mi cuñadito sea más bien un mensaje de alivio para ambos.

Por fin se acabó.

Esa noche, Ruggero no duerme de lo ocupado que está organizando el mini viaje que haremos en Roma y de las cosas que tiene que hacer apenas volvamos.

Y por supuesto, yo me quedo en la cama hasta pasadas las ocho y media que me pide que me levante a desayunar.

Como con lentitud, no me quiero ir ahora que estoy acostumbrada a estar aquí.

Pero por supuesto, en una hora y media más, partimos hacia Roma.

Y si, tenemos un muy movido viaje pues yo estoy extrañamente hormonal y no dejo de molestarle diciéndole cosas que sé que le gusta que le diga cuando estamos teniendo sexo.

Y por supuesto eso hace que Ruggero se detenga a medio camino y se encargue del problema que yo ocasioné entre sus pantalones.

Duermo lo que queda del viaje, y para las tres de la tarde, estamos comiendo en el restaurante junto al hotel.

Salimos de ahí, Ruggero me recuerda nuestro itinerario así que casi de inmediato, subimos al auto y él conduce hacia un centro comercial.

Ya sé que estoy en una mágica ciudad que todo el mundo desearía conocer y que tengo una variedad de lugares por conocer. Pero es que yo he elegido ir a un centro comercial.

Almas Que No Son Gemelas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora