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—¿Qué suena tanto?

—Es tu teléfono. —bufo cubriéndome con las sábanas hasta la cabeza.— Apágalo, Martina.

—No es el mío, Karol. Es el tuyo.

—Ah.

Soltando un bufido me siento en la cama y tomo el teléfono contestando la llamada por WhatsApp.

—Más vale que valga la pena, Ruggero.

—¿Dónde estás, Karol? —escucho su agitada voz.— Maldita sea, deja de esconderte tan bien.

—¿Y a ti qué te importa dónde estoy? —alejo el teléfono de mi oído para mirar la hora.— Por Dios, son las dos de la mañana.

—El avión. —toma aire.— El avión dónde Michael y Valentina venían perdió la conexión hace horas y acaban de confirmar que se accidentó.

—¡¿Qué mierda?!

—Por Dios deja de gritar y dime dónde estás.

El teléfono resbala de mis manos, Martina lo toma por mí mientras angustiada me levanto buscando mis zapatos y un abrigo.

Ni siquiera sé qué estoy haciendo pero mi necesidad de llegar ya es tan grande que ni siquiera soy consciente de que me estoy moviendo en círculos.

Reacciono cuando Martina me toma de los hombros y grita mi nombre pidiéndome que me calme antes de alejarse tomando sus cosas.

Nerviosa trago saliva dándome aire con la mano, ella suspira metiendo todo como puede dentro de la maleta y no soy completamente consciente de todo, solo sigo sus pasos.

Pero eso no quita que cuando estamos en el avión, soy consciente de que me da una pastilla para dormir porque seguramente no necesita un dolor de cabeza adicional.

Lo cual se me hace un poco cruel peor justo.

Cuando estamos de regreso en New York, sigo desorientada en tiempo y espacio pero no me detengo a preguntar, solo la sigo hasta que nos detenemos en un hospital y se baja preguntando directamente por Michael.

—Karol.

Y por fin regreso en mí soltando un pesado suspiro.

Me acerco a él abrazándole con fuerza, sintiéndome reconfortada cuando sus brazos corresponden mi abrazo.

—Está bien. —susurra.— Todo va a estar bien.

—Dime que está bien.

—Sí, no me dejaste explicarte pero tuvieron un aterrizaje de emergencia y solo tienen heridas leves. Todos en ese vuelo están bien.

Asiento aliviada, me alejo de él limpiando las lágrimas que se me escaparon.

—Tuviste un largo y pesado vuelo, tienes que tomar algo. —me dice tomando mis manos.— Estás pálida.

—Es que estaba asustada y Martina me dió pastillas para dormir. —confieso. Él me abraza dándome calor.— Gracias.

Asiente, él besa mi frente.

—Ya está, no tenías que asustarte tanto.

—¿Que no? Siento que me voy a volver loca porque los efectos de la pastilla están pasando.

—Vamos adentro.

Sujeto su mano mientras caminamos dentro del hospital donde afortunadamente encuentro a mi mamá.

De inmediato me siento a su lado, ella sonríe besando mi sien.

—No te asustes, están bien.

—¿Pero qué pasó?

Almas Que No Son Gemelas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora