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—¿Buscas a alguien?

Me detengo frente al mostrador mirando todo con curiosidad, sonrío llevando mi cabello a mi espalda.

—Si, a... ¿Rogelio? ¿Roberto? ¿Ruperto? —me muerdo el labio inferior.— ¿Cómo era que se llamaba?

La mujer me mira sin expresión alguna en su rostro, me analiza con esos impresionantes ojos azules, arquea una ceja y hace la típica expresión de secretaria mamona antes de decir;

—Cuando sepas a quien buscas, vuelves.

—Uh... —me encojo de hombros.— Cómo usted diga, señorita.

Me alejo del mostrador retrocediendo unos cuántos pasos sin dejar de mirar la pantalla.

Necesito recordar el nombre del dueño de esto.

¿Si le digo que quiero ver al dueño me dejará entrar?

Y entonces lo veo...

El infumable hombre de esta mañana sale de uno de los pasillos prestándole atención a la mujer que camina a su lado. Sonrío.

—Oye, guapa. —llamo a la chica detrás del mostrador.— Quiero ver a ese de ahí.

Mira hacia donde señalo. Arquea una ceja.

—¿Ruggero Pasquarelli? ¿El jefe?

Asiento buscando mis chicles en mi bolsillo.

—A ese mismo.

—¿Tienes cita? —niego.— ¿Y por qué alguien como... tú quiere verle?

¿Cómo dijo?

Entrecierro los ojos prestándole la suficiente atención.

—Tan guapa y tan infumable. —bufo.— Permiso, voy a pasar a ver al otro infumable.

—No puedes pasar.

—Que pena, ya estoy dentro.

La escucho llamar a seguridad, acelero el paso esperando alcanzar al infumable mayor que está a punto de subirse al ascensor.

—Oye, ricitos de oro.

Mi peculiares apodo llama toda su atención, sonrío.

—¿Qué onda? —me acerco metiendo mis manos dentro de mis bolsillos.— ¿Ser infumable es un requisito para trabajar aquí o cómo?

Parece caer en cuenta de que sí me conoce y tan pronto estoy frente a él, arquea una ceja.

—¿Qué haces aquí?

—Me moría por verte y ya que no fuiste a verme, pues vine yo, ¿Verdad? —me encojo de hombros.— ¿Cómo funciona? ¿Me invitas un café? ¿Vamos a cenar?

—Señorita, no puede estar aquí.

Centro mi atención en los de seguridad que tienen todas las ganas de sacarme de aquí. Entrecierro los ojos.

Que mamones que son todos aquí, les voy a dar una estrellita en internet.

—Déjenla. —ordena el mamón mayor.— Pueden volver a sus lugares de trabajo.

Ellos asienten aparentemente apenados y yo me cruzo de brazos mirándole.

Mínimo no me echó a patadas de aquí. Le voy a dar una estrellita y media. Se lo merece.

—Cristal, alista el contrato como te pedí, voy después.

La mujer le mira muy atentamente, le hace ojitos y asiente antes de entrar al ascensor. Hago una mueca.

Almas Que No Son Gemelas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora