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Lunes.

Cuatro y cincuenta y siete, despido a los últimos clientes de la tarde y me acerco a la cocina asegurándome de que esté cerrada. Por fin.

Hoy cerré relativamente temprano porque confío en que Ruggero vendrá. Tengo la esperanza de que lo haga en realidad.

Y si no viene, voy a sentirme en serio estúpida.

Esto está siendo difícil para mí.

Ya perdí la mitad de mi dignidad ese día. No quiero terminar de perderla ahora mismo.

Me siento en una mesa con un batido de oreo en mis manos y un pedazo de pastel de chocolate. Como un poco sintiendo la ansiedad crecer en mi pecho mientras espero.

El reloj en la pared marca las cinco en punto, ansiosa miro la puerta. Nada.

Aún más nerviosa muevo mi pierna.

Ruggero es muy puntual, me extraña que no haya llegado ya.

Cinco y diez, mis esperanzas comienzan a desvanecerse. Reviso mi teléfono con la esperanza de que me haya contestado.

Nada.

Cinco y veinte, personas intentan entrar en busca de un servicio. Les hago saber que he cerrado ya y sigo esperando.

Seis en punto. Me cansé de esperar.

Sin pensarlo tanto, me pongo de pie y pretendo colgar el cartel de cerrado pero  una pareja intentando entrar interrumpe mis planes.

Y al saber que solamente esperan beber café y comer pastel, les dejo pasar.

No debí cerrar para empezar.

Les sirvo el café y me alejo sentándome detrás del mostrador.

Estoy cansada. Y decepcionada.

Sobre todo porque ni siquiera se ha dignado en darme una explicación por mensaje o algo.

Eso solo significa que nuestras diferencias no le importan en lo absoluto.

La gente sigue llegando y yo sigo atendiéndolos hasta que a las siete y media exactamente, comienza a llover horrores.

A las ocho, decido por fin cerrar.

Y mientras cierro maldiciendo el hecho de no haberme traído un abrigo o paraguas, me toman del antebrazo haciéndome mirar.

Por mi mente pasa de todo, menos la posibilidad de ver a Ruggero parado a mi lado.

—Perdón. —escucho su disculpa.— Yo... Tuve un maldito problema en la empresa, hice todo lo posible para salir y...

—No quiero saber nada. —le hago saber.— Que te vaya bien, Ruggero. Hasta mañana.

—No, por favor espera. —se pone delante de mí.— Déjame explicarte, te juro que todo tiene una explicación y...

—No quiero saberla, y no te tomes tantas molestias, sabía que no vendrías.

—Karol, Karol. Espera...

Me suelto de su agarre, comienzo a caminar e ignoro sus llamados porque definitivamente no me interesa el por qué llegó tarde.

Ni siquiera mandó un mensaje, puede irse a la mierda, no hay más oportunidades.

—Espera. —insiste tomándome del antebrazo.— Vine corriendo muchas cuadras, dame ventaja.

Le miro arqueando una ceja. Que excusa tan estúpida.

Quiero pedirle que ya se deje de estupideces pero él solo toma una bocanada de aire y se inclina hacia adelante.

—Eran las cuatro y media, iba saliendo pero me detuvo mi asistente avisando que una de las franquicias estaba teniendo un problema al ser vendida. Normalmente no soy yo el que se hace cargo de eso. Pero el problema era realmente grande. Y como tenía media hora, pues me hice cargo.

Almas Que No Son Gemelas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora