Luces en la Mazmorra

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La tarde que Hermione Granger bajó rápidamente por la escalera de caracol, cruzando el rompecabezas de penumbra sobre roca, no imaginó cómo terminaría aquel asunto.

Su primer pensamiento no fue muy edificante. El giro cerrado de los peldaños le hizo pensar en el sentir de los presos que bajaran por ese sitio opresivo, conducidos a la mazmorra helada.

Ahora, oyendo sus propios pasos, sin eco, apagados por lo angosto de la escalera, trazando el descenso de una Serpiente por un árbol, la castaña se dijo que honestamente, el suyo era un acto muy arriesgado... Podía ser un error a un grado nunca antes cometido, y ni Harry, ni Ron, sabían que ella estaba ahí... De saber que iba a bajar habrían puesto el grito en el cielo, negándose y si ella insistía -como lo hubiera hecho-, habrían terminado en un problema grave. No se diga con Ron.

No obstante, debía hacerlo. Necesitaba hacerlo. Y tenía razones. Se detuvo frente al umbral del despacho y llamó con tres golpes marcados.

Cuando la puerta se abrió, ella pudo verlo.

—Buenas tardes, profesor Snape -saludó, reservada, desde el arco de entrada.

La oficina tenía un ambiente ajeno al sol de afuera e incluso muy diferente al de la fría escalera: Bloques de velas repartidas arrojaban una luz dorada que alejaba la oscuridad, pero resaltaba la cualidad de claustro del despacho, a la vez que formaba juegos de luces en el vidrio de los frascos en el muro y sobre la mesa de trabajo, arrancando brillos metálicos a los calderos.

Envuelto en esa luz, de pie, revisando un grueso volumen que llevaba en las manos, con los mechones negros sobre la cara, Severus Snape cambió de página.

No despegó la vista del libro cuando respondió con la parsimonia que dedicaba a lo insignificante, pero inoportuno:

—Granger... Qué honor.

Al entrar sin recibir indicación y cerrarse la puerta, la castaña recordó los rumores del Ministerio sobre el futuro nombramiento de Snape como director en el mediano plazo; rumores que ella se enteró por Kingsley Shacklebolt y que junto con unos furiosos Harry y Ron, mantenía bajo promesa de guardar el secreto. Shacklebolt se los confió para que tomaran sus previsiones.

Sin duda había qué tomarlas. Viendo a Snape rodeado por sus frascos, la luz de las largas velas, sus instrumentos y libros, Hermione sintió que hablar con él no sería tan sencillo como había pensado, y no porque lo creyera pan comido. Además del cambio que se avecinaba con él, la situación se tensaba en torno a ella y sus amigos. Estaban a menos de un tris de convertirse en indeseables. En unas semanas debían salir a la búsqueda en los peores términos bajo los que se movieran nunca. Hermione no sólo lo anticipaba, lo respiraba. Era una vibración pesada en el aire, una amenaza de la que no era difícil seguir su hilo hasta hallar a la eminencia gris. Hermione contaba con no demasiado tiempo antes de ese nombramiento y de la forzosa huida de ella y sus amigos. Aunque sonara paradójico, tomando en cuenta el papel que asumiría Snape, la castaña creía más que nunca en el paso que estaba por dar, así que anunció:

—Tengo una petición para usted, profesor Snape.

¿Cómo podría ser sencillo? Nunca habían simpatizado. Peor todavía: Ellos nunca habían sido indiferentes el uno al otro. Era evidente que la inteligencia de Hermione era un punto de identidad con la capacidad de Snape, aunque siempre se mantuviera en una corriente subterránea. El resto era un lazo, aunque fuera por una emoción cercana al odio. A Snape le desagradaba la suficiencia intelectual de Hermione. Y ésta se preciaba de resistir estoicamente las incontables agresiones en esos años por parte de los Slytherin, pero no era lo mismo con Snape. La diferencia con los demás era que viniendo de él, las agresiones tenían un matiz que las volvían difíciles de olvidar, y eso mantenía viva la llama de un sentimiento contradictorio hacia él.

Fetish SlytherinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora