Sal Ígnea

65 5 0
                                    

Sentado en una vetusta silla de madera, con las piernas estiradas, cruzado de brazos y la cabeza inclinada, Snape meditaba en el salón de largas mesas de madera sobre pisos desperdigados de basura, tarros semivacíos, restos de comida, borrachos dormidos, solos o en compañía, en The Leprechaun, una cantina de dos pisos en Knockturn Alley, donde amaneció en una mesa frente a Amycus Carrow, embriagándose y negociando.

Actuando embriagarse y negociar. En el bullicio de la cantina, entre magos de baja ralea bebiendo y meseras llevando tarros entre las mesas, Amycus le insistió en tomar las clases de DCAO en seguida, a ratos rayando en la ansiedad y la ira, aunque trataba de mostrarse conciliador con Snape. Su amabilidad, falsa y nunca creíble por ese aire de estar pensando en muertes y en rematar, le ayudaba pues Snape le daba miedo, si bien su papel sería en parte el de un vigilante del futuro director de Hogwarts.

A Snape le tomó pasar la noche bebiendo para convencer -e intimidar- a Amycus a que aguardara. Aquel demente tan despreciable como la hermana haría terribles esas lecciones. Como Snape no podía negarse a ello sin poner en duda su sumisión de mortífago, se limitaba a retrasar lo que podía. Su mejor carta fue mostrar a Amycus la conveniencia de que él y Alecto iniciaran como profesores paralelamente a que asumieran la posición de directores adjuntos. Así él, Snape, podría protegerlos mejor.

La idea convenció a Amycus, pues el maltratador es cobarde. La noche se fue rápida y Snape -que no se embriagaba gracias a sus provisiones de la pócima para esas situaciones-, la aprovechó para su meta verdadera: Sacar al mortífago la información posible sin hacerlo sospechar.

Esta mañana, en esa posición de descanso del desvelo y borrachera, pero en realidad atento a su alrededor. Snape recordaba las palabras de Carrow -derrumbado en el asiento-, en su minuto de mayor embriaguez antes de caer dormido:

—... es sobre.... Granger... óyeme, Snape -Amycus arrastró las palabras-, Alecto y yo estamos interesados en Granger, queremos... jugar con ella... Al llegar a Hogwarts, te... pediremos... un favor personal... queremos que nos des a Granger para pasar con ella unos días -rio, lascivo... será una retribución a nuestros esfuerzos o si es mucho pedir, puedes, darnos a otra... alguna de Hufflepuff, una sumisa... y poco más... un sitio donde pasar con ella la noche... y que no se oigan sus gritos...

Snape frente a los mortífagos pasaba por ser la pura verdad. Engañado Voldemort y aun con las eternas suspicacias de Bellatrix, los demás asesinos se compraban de lleno la escenificación que hacía.

—Lo hablaremos -aseguró, asintiendo y pasándose un dedo por la barbilla.

Snape sopesó otra idea al tiempo que daba esa franca posibilidad a Amycus. No significaba que la tortura a que ellos someterían a los estudiantes fuera poca cosa, pero se prometió que no les permitiría causar otro tipo de daño a las alumnas. Esa fue la primera vez que Snape pensó en aniquilar a los Carrow.

Y protegería en especial a Granger. Se prometió que ella en ningún momento correría peligro con los desquiciados Carrow, de quienes la voluble Bellatrix le contó, divertida, que la hermana jugó ciertos juegos con su hermano en la adolescencia. Pero eso lo llevó a la Gryffindor, en quien pensaba con esa postura de emboscado en la silla. ¿Qué sucedía con Granger? ¿Qué le sucedía a él con Granger?

La conmoción que ella le causaba desde hace días no era asunto menor. Los efectos del hechizo distorsionado habían pasado, aunque Snape no lograba desentrañar la razón de lo ocurrido. Y pese a manejarlo con la decisión que requería, es decir, contenerse, desviar su mente a otros asuntos, se daba cuenta de la dificultad de olvidar el sacudimiento existencial. La parte de realidad que persistía era estremecedora. Paradójicamente, lo ayudaban un poco los problemas que enfrentaba.

Fetish SlytherinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora