Grimorio Privado

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En su despacho iluminado por bloques de largas velas, de espaldas a la puerta, Snape observaba el cuadro en forma de vitral que colgaba en una columna, entre los estantes con frascos que guardaban componentes de pócimas.

Su rostro era inexpresivo. Solamente sus ojos mostraban sus emociones.

Y solamente Granger podía darse cuenta.

¡Cómo no iba a darse cuenta! El vitral mostraba a una mujer vestida de túnica de colores, llevando en una mano una llave maestra, y en la otra, la varita. Con un caldero humeante detrás y un sol encima, era la metáfora del arte de hacer pócimas, con su poder de abrir puertas... Pócima o "hacer hervir"... De ese mismo modo, con su sonrisa igual a una llave maestra, Granger abría las puertas de él, con facilidad diáfana. ¡Cómo Granger no iba a darse cuenta, a través de la mirada de Snape, que ella hacía hervir sus emociones! Granger creaba una pócima con los sentimientos de los dos.

Snape sentía los efectos de tal brebaje de pensamientos y caricias. Ese mediodía había vuelto a Hogwarts y sin demora envió una lechuza a la Gryffindor, para pedirle que bajara a verlo.

No fue para evaluar el avance de la castaña con el conjuro. Tenía enormes deseos de verla. Era una necesidad. Le hacía falta llenarse los ojos con ella. Necesitaba volver a escuchar su voz risueña.

Necesitaba sus ojos. Sus manos.

Ella no demoró mucho. Con naciente emoción él escuchó los pasos veloces en los últimos peldaños. Sintió que cumplían una promesa. Granger bajaba por la escalera como un ave rodeada de un perfume que la precedía.

El llamado a la puerta fue seguido por el inmediato pase de Snape. La puerta se abrió en página de libro de magia, de fórmulas mágicas, un grimorio donde Snape encontró la composición que buscaba: Hermione le sonrió en el umbral. Ese gesto que hacía Granger, de labios no apretados, sino juntos, de complacencia.

Granger bajó la vista, y su sonrisa se convirtió en un gesto de satisfacción. Como llevaba su nuevo uniforme, inquietante para él, y se había peinado especialmente los rizos para verlo, se percató que él notaba su arreglo, admirándola.

Granger entró con paso vivo y su sonrisa dirigida a él.

La puerta se cerró, pero el grimorio siguió abierto en los deseos de Snape, a la orilla del mar... Él le extendió una mano con la palma hacia arriba. Hermione lanzó la alforja con sus libros y libretas sobre el sofá negro, yendo hacia Snape rápida, con sonrisa de alegría, extendiendo los brazos con las manos abiertas.

Él recibió las manos frescas de Granger, y la alzó, abrazándola.

Ella le pasó los brazos por el cuello. Se dieron un largo beso, amoroso y sediento rodeados por la luz de los serenos fuegos.

—¡Granger...! –Snape aspiró el aroma de sus cabellos claros, respirando con alivio.

—¡Te extrañé terriblemente! –afirmó ella, apretándose, con los brazos en torno de la nuca de él, no buscando saber, sino deseando oír– ¿Tú me extrañaste?

—Te vuelvo a ver –dijo él–, y es como si volviera a respirar.

Sin soltarla la llevó al sofá, donde se sentaron de costado, frente a frente.

Un poco inclinado hacia ella, Snape bebía la sonrisa de Hermione, que descansaba la mejilla en el respaldo, contemplando el alegre marrón de su mirada emocionada.

—Granger...

—¿Sí?

Snape no sabía qué atender: Si los brillantes ojos de la castaña, sus rizos peinados para agradarle, la textura de su boca sonrosada. Él admitió:

Fetish SlytherinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora