El Boulevard de los Sortilegios

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En punto de las seis de la tarde, vestida de jeans y blusa azul oscuros, abrigo ligero y bufanda, Hermione bajó rápida a la mazmorra, después de cuidar nuevamente no ser vista y de decir a Ron y Harry que necesitaba visitar a sus padres.

La puerta del despacho medio iluminado se abrió, dejándola pasar sin demora, mientras Snape, serio y concentrado, se le acercaba haciendo un ágil pase con la varita.

La luz de las velas en la oficina de Snape se esfumó, reemplazada por sombras y viento de una calle solitaria, de casas y cercas de piedra en ambas aceras... Bajo tejados rojizos de dos aguas, ventanas iluminadas arrojaban restos de luz sobre arbustos, como única señal de vida, pues a nadie se veía afuera, y excepto el susurrar del viento no se escuchaba un sonido.

Snape echó a andar, sin aviso, con la castaña arrancando ágilmente el paso para ir a su lado, guardándose las preguntas por el momento.

Escasas farolas en las aceras, medio ocultas por las copas de los árboles, alumbraron el camino del profesor de pociones y la Gryffindor. Bajo la luz irregular filtrada por los árboles –con sombras en forma de hojas–, el hombre de cabellos azabache, vestido de negro, con los detalles de la camisa impecable en cuello y filo de las mangas, andaba rápido, acompañado por la castaña a su costado derecho.

Fueron rápido, sin hablar, doblando en esquinas de calles de empedrados deteriorados, pasando al lado de casas con fachadas de ladrillo desnudo, que mostraban ventanas cálidamente alumbradas, árboles de pocas hojas y largos tramos de hierba en descuido al pie de muros cubiertos por enredaderas.

Pese a no identificar la localidad, saliendo y entrando de tramos de gran penumbra, Hermione percibió un hecho inédito para ella.

Yendo al lado de Snape, él caminando a pasos rápidos, moviendo los brazos con decisión, sus cabellos en sacudidas breves, Hermione se percató que era la primera vez que caminaba junto con Snape un tramo tan largo. Y la primera vez, solos. Le parecía ser la primera vez que lo veía al considerar que con extender el brazo habría podido tocar la mano clara, de venas marcadas, que sobresalía del filo de la blanca manga.

Avanzando por el centro de la calle desierta, entre casas, cercas y enredaderas, se dijo que al contrario de lo pensado -que estar sola con él diez minutos sería incómodo-, en realidad era muy sencillo: No se respiraba tensión al lado de Snape. Con sus pasos ligeros, discretos y emanando ese sutil aroma a lavanda, no se respiraba incomodidad, sino vivacidad y ligereza. Su seriedad no resultaba agresiva. Él la dejaba ser.

Snape caminaba con prestancia, sin obligarla a apresurarse. Ella tampoco no era como esos alumnos invadidos de nerviosismo que en ocasiones trataban de seguir el paso de Snape y parecían dispuestos a tropezar cada dos pasos, con la disculpa en la boca. Hermione iba con su habitual paso ágil al dirigirse a un asunto de importancia.

Snape, ágil, decidido como siempre, llevaba ese aire de ignorar o valorar poco lo que le rodeaba, gesto que Hermione pudo interpretar de otra manera en las calles de la localidad: Era tener en mente un asunto de gravedad que dejaba en segundo plano lo que le rodeaba, pero seguía atento a ello.

Más todavía, percibió que el consabido aire de malhumor y prepotencia de Snape, se ausentó.

¿Era que no tenía necesidad de fingir? Los movimientos de él le fueron gratos: La oscilación de los brazos, la determinación expresada en pasos suaves, pero sabiendo a dónde iban y aquel movimiento ocasional de sus negros cabellos, enmarcando la nariz aguileña.

De Snape, viendo al frente, recortado contra el fondo de las estrellas del cielo azul marino, brotaba un aura de seguridad, de conocerse, de sentirse dueño de sí mismo, cómodo con sus propios movimientos; por ende, un poco dueño del entorno: Las aceras, el halo de luz de los faroles y las casas, que por fin, por su estilo y silueta, Hermione identificó:

Fetish SlytherinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora