Una Cruel Esfinge

24 4 0
                                    

Hermione se desplomó en un oscuro callejón de la destruida Hogsmeade.

Ahogó un grito al caer al suelo mojado, entre dos muros por donde escurría agua.

Flotaba un aire húmedo, con olor a madera quemada... Acababa de llover y en la salida del callejón se distinguían grotescas siluetas móviles que cruzaban, alargadas por tener cerca un farol encendido.

Hermione quedó en el suelo, temblando por un enorme dolor en sus costillas izquierdas. En ramalazos el dolor mordiente la recorría de las costillas a la cabeza y a las piernas. Se escuchaban gritos feroces a lo lejos, más claros por el frío.

Trató de respirar a inhalaciones y exhalaciones rápidas y breves, pero el aire que tomaba no le bastaba.

El dolor le provocaba náuseas, el contacto del abrigo le ardía horriblemente en el costado izquierdo.

Encogiendo las rodillas, llevó una mano a esas costillas y al sacarla del abrigo humeante por el calor, lo mojado se convirtió en rojo al verse la mano temblorosa, que apenas atisbó al tensarse por el dolor y ardor de haberse tocado ese costado.

Sollozaba, pero se obligó a hacerlo en voz baja, aunque el esfuerzo contribuía a su sufrimiento.

Moverse era un suplicio. Como pudo se retiró la solapa de encima del costado sintiéndose desgarrar, y el aire aumentó su dolor al entrar con contacto con varias costillas rotas, visibles entre jirones de piel por haber perdido músculos en esa área, que sangraba abundantemente. Era una herida interna. La sangre se mezclaba aparatosamente con el agua.

Debió ser Ginny. Ella había salido de la línea de alumnos por el lado izquierdo. Le habría lanzado una Cruciatus al momento de desaparecer. Hermione no tenía deseos de analizar si el daño físico se debió a recibir la maldición durante un traslado o si el intenso deseo de Ginny por dañarla lo logró de ese modo.

Hermione sollozaba. Cada movimiento le dolía espantosamente, haciéndola temblar y forzándola a paralizarse, pero se obligó a meter la mano en el abrigo y sacar un frasco, a estremecimientos.

Lo había tomado apenas del despacho de Snape; lo desenroscó con dedos temblorosos, oyendo sus propios lamentos entrecortados.

Padecía por punzadas en latigazos, provocándole la necesidad de estallar en gritos y venía lo peor, porque el efecto era tanto o más doloroso que ciertas heridas en sí. Aun con eso, era mejor que la maldición le causara daño físico en vez del habitual, atacando todo el sistema nervioso.

Abrió el frasco y se dejó caer díctamo en la tremenda lesión.

La castaña estiró las piernas, temblando de todo el cuerpo por el dolor desgarrador que la bañó de pies a cabeza, intentando no tirar el frasco mientras su herida vaporizaba y crepitaba, mordiéndose una mano para silenciar sus gritos, sollozando desesperada.

¡... No puedo desmayarme, no puedo desmayarme...!

En eso, el vapor amainó.

En segundos, un alivio repentino y bienhechor le permitió relajarse y tomar aire a bocanadas, lastimeramente.

Permaneció bocarriba, con el frasco en la mano, recobrando la respiración, a mitad del callejón invadido de charcos de agua, viendo sin ver los muros a los lados, de ladrillo mojado, recibiendo la menguada luz de la calle; más arriba, tejados agrietados y en las paredes, ventanas oscuras, de cristales rotos.

Recuperándose físicamente, la pesadumbre ocupó el sitio como otra forma de dolor. O era que apenas pudo volver a sentir lo que traía.

Hermione miró al cielo, secándose los ojos; en lo alto, entre los tejados, brillaba la luna rodeada por un halo.

Fetish SlytherinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora