Esclavo de tus Deseos

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—¿Te gustan mis zapatos?

Ante la pregunta de Hermione, Snape sentado frente a ella con los codos en los descansabrazos, sonrió un poco torcidamente. El mechón que le caía en la cara lo hizo ver rozando lo maligno.

—Luces maravillosa...

Hermione sonrió, con la mirada baja, sentada en el lecho, de costado a él, ajustándose el zapato de moño. Había descubierto que Snape podía tener gustos... un poco inusuales.

Él le pidió en la mañana, que usara algún vestido de los armarios. Eran muchos y de diferentes estilos.

—Elígelo para mí -le sonrió ella, con las manos en la cintura ante el guardarropa abierto.

Snape seguramente se sintió extraño ante la invitación, pero lo ocultó, y dejó ir su imaginación y aunque tuvo que ver con ella el asunto de la talla -lo cual la divirtió-, le eligió un vestido de terciopelo negro, corto, de pequeño y redondo cuello blanco, con mangas largas, de puños de encaje hasta los nudillos, y botonadura blanca todo por enfrente. Ella eligió una boina negra.

Se dio cuenta de los gustos hasta entonces inconfesados de Snape, porque cuando ella se pasaba el labial rojo inclinada frente al espejo, él le preguntó si se vestiría también con medias y zapatos de tacón un poco alto... Viéndolo sorprendida por el espejo, pero decidida a complacerlo, ella tomó una par de medias negras de un cajonero. Nunca había usado, pero sabía que necesitaba un portaligas, así que le dedicó un rato de estudio, mientras Snape no le quitaba la vista de encima.

Al colocárselas y cerrarse el broche, ella le dirigió una fugaz sonrisa y mirada pícara. Aunque Snape nunca se delataba en la cara, con los ojos él se traicionaba con la castaña. A ella le agradó su expresión seria, atenta, y algo más.

Al acomodarse la boina (toda esa ropa se veía nueva, había mucha de varias tallas), sentada de lado a Snape y con la espalda muy erguida, la castaña llevaba puestos los zapatos que seleccionó, de piel negra, cerrados, con un lazo de moño a un lado. Al preguntarle qué le parecían, él respondió y añadió:

—... Veinte puntos para Gryffindor.

Comprobando el ángulo de la boina en el espejo, ella soltó una risa aterciopelada y asintió, alzando las cejas, como tomando nota del favoritismo. Además de la ironía de Snape, el juego que tenía él de repentinamente hablarle como antes -sin el malhumor- era una forma de escarceo. El caso es que a Hermione también se le hacía incitante. Era un poco huidizo de explicar. Un trato formal cuyo contraste con actos de naturaleza diferente daban una impresión extraña y agradable. Era decirse que habían saltado la barrera de profesor y alumna y les fascinaba. Volver a ello, era volver a romper la barrera.

—De haber sabido que ésta era la solución, habría asistido así a sus clases, profesor Snape. Con medias y zapatos.

—Habría sido una competencia poco leal de su parte, señorita Granger.

—Pero muy eficaz con usted -comprobó el color de sus uñas, sin dejar de asentir, con sonrisa segura de sí misma.

Sabedora del efecto que causaba a Snape, la castaña se paró frente el espejo, con las manos en la cintura, adelantando un pie, haciendo la cara a un lado y otro, para comprobar su maquillaje y los aretes de perla con broche que llevaba.

Fascinado, Snape no le quitaba la vista de encima, de abajo arriba. Ella, ladeando la cabeza y con los labios pintados de rojo, entreabiertos, se veía de lado, pero aquello era para impresionarlo. Estaba segurísima de que lo estaba logrando.

Pasó al lado de Snape sin verlo, yendo hacia el bolso.

—Profesor, creo que necesitaré estudiar... ¡mh!

Fetish SlytherinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora