Nadie Puede Amar la Niebla

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Permanecieron la siguiente mañana en Infinity, desde muy temprano, conversando en el largo y ancho balcón de muebles de madera que se extendía por el ala este de la residencia, adornado con plantas colgantes.

Poco más tarde, la llevó a caminar por los jardines de la residencia. Hermione había retomado el atuendo con que llegó, y andaba al lado del adusto Snape, enmarcados por flores, plantas de papiro y una profusión de pétalos blancos, rojos, dorados y azules, así como plantas medicinales.

Él le mostró un altar de piedra, muy antiguo, envuelto en enredaderas y que debía datar de antes de la construcción de la residencia. Todavía podía verse un labrado en la roca, que semejaba lejanamente un rostro de dragón, como vestigio de un culto previo a la magia conocida por ellos, que no tomaba en cuenta creencias en seres invisibles o superiores.

Siguieron conversando en la columnata, sentados entre aquellas cinco pilastras de piedra blanca, cercanas y abrazadas de hiedra, rodeadas de hojas caídas y húmedas, que dispersaban un ambiente fresco.

Continuaban sentados entre las columnas, que ocupaban una pequeña elevación artificial del terreno, cuando el sol dio señales de ocultarse, al reducirse la luz entre las copas de los árboles y dispersar perlas de luz ámbar.

Aquellos últimos dorados rayos del día, en líneas a través de las copas de los álamos, tocaron el cabello y ojos de Snape, y la castaña le sonrió el ver su mirada brillar. Otros rayos acariciaron los labios de la castaña, y el director del colegio admiró esa belleza, sin hablar.

Antes de ocultarse tras el horizonte, el sol ardió de dorado en una enorme gota de luz y brazos luminosos desde las montañas, despertando destellos en las ramas de los árboles, iluminando con su oro a Snape, recargado en una columna, y a Hermione apoyando la nuca en las rodillas de él, que le acariciaba el rostro.

Y cuando la noche llegó y causó el encendido luminoso de las hojas de los sauces, las luces de la mansión se encendieron solas, no muy lejos se alzó el brillo del Boulevard y volaron luciérnagas entre ellos, entonces la luna dominó en el cielo, y Snape acarició el mentón de Hermione, anunciándole suavemente:

—Es hora de irme.

¡Tan pronto!, se lamentó ella. ¡Ningún tiempo basta para estar juntos!

—Está bien -asintió la castaña, sonriéndole.

Se pusieron de acuerdo sobre cuánto tiempo esperar, en cuál de las residencias del Boulevard estaría ella, a qué intervalos buscarse, cuándo volver definitivamente al mundo para evitar grandes desfases de tiempo entre ambos. Llegaron al acuerdo que si uno comprobaba que el otro faltaba, decidiría lo mejor para sí.

Cuando ya no quedó más por decir, se levantaron para despedirse.

En silencio, porque de ese modo ambos se sentían especialmente cerca el uno el otro, fueron a la reja, donde Snape iba a desaparecer.

Y Hermione no pudo evitarlo, y Snape no pudo negárselo.

—¡Espera -pidió ella-, te dejo lo más cerca de donde vayas...!

—Voy a Knockturn Alley. No es del todo seguro para ti.

—Nos despedimos ahí y regreso, rápido, lo prometo, ¿te perjudica?

Hermione quería alargar el máximo su estar juntos, aunque sólo fuera un hechizo y una calle más.

—¿Perjudicarme? Al contrario -respondió él.

Snape hizo el pase y aparecieron en la intersección del Callejón Diagon con Knockturn Alley, justo en su entrada, en una tarde gris.

Aquí era más temprano. Todavía no oscurecía, pero deberían ser las cinco de una tarde de nubarrones.

Fetish SlytherinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora