EPÍLOGO

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No es fácil mantenerte de pie cuando la vida se te desmorona en pedazos. Alyssa caminó hacia las afueras del hospital, casi por inercia, recordando uno a uno los recuerdos vividos, el cuerpo le temblaba y sus pasos eran inseguros. Andrés se había ido, quizás para siempre. Sus ojos no podían contener las lágrimas, por mucho que quisiera dejar de llorar, su alma estaba destrozada. ¿Y ahora qué? Sentía que ya no había nada más allá del horizonte que alguna vez miro con optimismo. La vida había perdido su color.

Se acercó al jardín que había fuera del hospital y se sentó en una de las bancas. En el suelo había una rosa roja que había sido arrancada del rosal, sus pétalos se estaban oscureciendo, había sido maltratada, quizás pisoteada. Alyssa la recogió con delicadeza, casi sin fuerzas y quedó observándola. Mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.

Es difícil entender cómo es posible estar tan triste, pero igual seguir vivo. Puedes estar sentado durante horas escuchando el silencio, sintiendo que te duele en todo el cuerpo, que no podes ni pensar porque las memorias no dejan de martirizarte, que hasta pestañear es agotador, pero no te morís, o sí. Pero, tu cuerpo no.

Emma se acercó hacia ella y se sentó a su lado. La compañía en momentos así es necesaria, aun sin decir una sola palabra, el efecto es consolador. Al cabo de varios minutos, Alyssa le entregó la rosa a Emma y le pidió que la dejara al lado de la cabecera donde estaba Andrés. Aquella rosa definía con exactitud el estado de su alma en ese momento. Alyssa reunió las pocas fuerzas que tenía y se levantó para luego alejarse lentamente de aquel lugar, siendo consiente que, sin importar el tiempo, el recuerdo de Andrés prevalecería en su memoria, amándolo desde los escombros de su alma y desde los susurros de su silencio.



FIN.

Un Susurro En El SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora