CAPITULO 11

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Sincericidio

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Mientras cocinaba no dejaba de pensar en el momento que había pasado con Alyssa, seguirla no fue mala idea después de todo, ese vestido, vaya que le quedaba bien, y su sonrisa, ¡Wow! aun sin maquillaje era muy hermosa.

La carne en la sartén se me empezó a quemar, rápidamente la moví agregando los demás ingredientes, me había distraído por andar pensando en ella, moví la cabeza y me enfoqué en terminar de cocinar.

— ¿Qué es lo que huele tan bien? —dijo Mario despertándose.

— Cállate y siéntate a la mesa.

— Uy, Ok Papá, aunque, a decir verdad —dijo levantándose con dificultad—, mi padre nunca cocinó, así que mejor te diré, Ok mamá.

— Por cierto, ¿Cómo están tus padres?

— Supongo que bien.

— No los has llamado.

— Pues no.

— ¿Y por qué?

— No quiero hablar de eso.

— Deberías llamarlos— añadí sirviendo la comida.

— Para ti es fácil decirlo.

— Son tus padres, Mario.

— ¡Andrés, no todos tienen unos padres tan perfectos como los tuyos!

— ¿De qué hablas?

— ¿Así como lo escuchas?

— No lo entiendo— respondí poniendo los platos sobre la mesa y sentándome.

— Ni lo harás.

— ¿Qué pasó con tus padres Mario?, ¿Por qué saliste de casa?

— La relación que tenían mis padres entre sí, no era agradable, la mayoría de veces había problemas, discusiones y en muchas ocasiones esas palabras llegaban acompañadas de golpes. Yo lo veía todo Andrés y no lo iba a soportar toda mi vida. En cierta ocasión en un arranque de cólera, mi padre decidió botarme de la casa, miré a mi madre con la esperanza de que ella lo hiciera cambiar de opinión, pero no fue así, ella solo bajó la cabeza y siguió haciendo sus cosas, así que no tuve más remedio que irme, aun cuando estuve a punto de salir, ninguno de los dos me detuvo. Juré no regresar y así ha sido hasta hoy.

— ¿Qué edad tenías?

— 16.

— Vaya ¿Cómo lograste mantenerte?

— No quiero hablar de eso, solo te diré que no fue fácil, la necesidad te obliga a hacer cosas que nunca jamás pensaste hacer.

— ¿Cómo cuáles?

Me miró a los ojos, sus ojos se habían cristalizado, aun el silencio, con su mirada entendí que lo que había hecho no era nada bueno, dio una sonrisa fingida y metió una cucharada de comida a su boca.

— Esto sabe bien, ¿Dónde aprendiste a cocinar?

— Pues tuve mucho tiempo libre.

— ¿Cocinabas en tu casa?

— Pues sí.

— Debiste haber sido un hijo ejemplar.

— Pues, no lo negaré, aunque...

Un Susurro En El SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora