CAPITULO 23

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Ausencia que tortura

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­­­­­Regresé a casa, estacioné el auto, me estiré y bajé. Levanté la vista y noté a una señora regresando con cierta dificultad con unas bolsas en la mano. Rápidamente me acerqué a ella y le ayudé con las bolsas

—Permítame ayudarle— Dije tomando las bolsas.

—Gracias joven— Respondió sonriendo.

—De nada, ¿Viene del mercado?

—Sí.

—Debió haber tomado una moto.

—No era necesario, vivo aquí nomas.

Bajamos las escaleras, y sacó unas llaves, se plantó frente a la puerta de la casa de Alyssa. Allí lo entendí, era su madre.

—Muchas gracias, joven— tenía sentido, aquella sonrisa era idéntica a la de Alyssa.

—De nada señora, es un placer.

—¿Dónde vives?

—Aquí al frente— señalé la casa, detrás de mí—, con Mario.

—¡Oh!, eres el nuevo inquilino, ¿Te llamas Andrés verdad?

—Sí— contesté confundido—, ¿Cómo lo sabe?

—Mi hija me contó que Mario, había hospedado a un chico llamado así.

—Oh, ya veo.

—¿Te gustaría pasar y tomar algo?

—Oh, no, descuide, no es necesario.

— Vamos, yo insisto. Es lo mínimo que puedo hacer en agradecimiento por tu ayuda.

—No que va, no es necesario, descuide.

—Por favor.

—Vale, está bien.

No me sentía bien rechazándole, lo cierto es que estaba muy nervioso, sería la primera vez, que hablaba con la madre de Alyssa, no podía imaginar la reacción de ella al verme entrar a su casa. Entré temeroso, me sacudí los zapatos, en la entrada. La señora me invitó a tomar asiento en el mueble de la sala, obedecí.

Había pequeños cuadros con fotografías en el estante, miré a los alrededores, la casa estaba muy bien ordenada, nada lujoso. Noté que en la pared había un cuadro que destacaba de los demás que había por la casa. En aquella foto estaba un señor cargando a una pequeña en sus brazos, la felicidad irradiaba en su rostro.

Me acerqué un poco más a la fotografía, para contemplarla mejor. Rápidamente llegué a la conclusión que era el padre de Alyssa, aquella pequeña que cargaba en sus brazos era ella.

—Es mi esposo— la señora había regresado con un vaso de limonada, regresé a mirarla.

—Lo siento, me dio curiosidad.

—No te preocupes, tranquilo— Se acercó y me entregó el vaso de limonada.

—Muchas gracias— me regaló una sonrisa, en definitiva, Alyssa heredó de ella su sonrisa.

—Amaba a Alyssa, era la niña que siempre quiso tener— expresó mientras observaba el cuadro—, la niña de sus ojos, como le decía, eso me hacía muy feliz.

Sus ojos se cristalizaron pese a la leve sonrisa que había en su rostro. Se acercó al estante y cogió un pequeño cuadro, acarició la foto sonriendo y me la entregó.

Un Susurro En El SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora