capítulo veinticinco

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Los meses habían transcurrido rápidamente, y el pesado verano de febrero estaba presente en mí vida. Detestaba el calor, más que a nada en este mundo.

—Hace mucho calor, ¿en serio querés ir?— cuestiono papá, apagando el motor del auto luego de estacionar.

Yo lo mire, y aunque estaba agotada por el miserable calor, asenti con emoción.

—Es lo que estuve esperando todos estos meses, obvio que quiero ir— afirme sonriente, quitándome el cinturón de seguridad.

—Bueno, entonces yo te espero acá, sin estar metido en la pileta, bien fresquito...— fingió desilusión.

Solté una risa, negando, mientras agarraba mí celular.

—Anda pa, me voy a quedar hasta tarde. A parte va a venir Mateo a buscarme, ya te había dicho— me acerque, depositando un beso en su mejilla.

—Está bien... ¿Y van a ir a casa?— pregunto, alzando una ceja.

—No se... No creo. Me dijo que lleve ropa, así que no creo— me encogi de hombros—. Bueno, chau, chau, me voy— me baje apurada del auto.

—¡Chau, te amo, cuídate!— grito, y yo le tiré un beso al aire para ir rápidamente hasta el baúl a sacar mí bolso y mí mochila.

Colgue el bolso en mí hombro, y busque una forma de llevar la mochila mientras caminaba hacia la entrada del edificio.

Me pare frente al mismo, observándolo. Sonreí con nostalgia.

Se estaba por cumplir un año de el comienzo de mí entrenamiento para las nacionales, y hoy, luego de largos meses luchando contra el cáncer, vuelvo a estar acá parada. Lista para volver a entrenar para las internacionales, las cuales son en mayo.
Mis doctores me habían dado el okey, y yo estoy con más ganas que nunca de volver a hacer lo que más me gusta.

Solté una gran bocanada de aire y entre, dirigiendome directamente al vestuario. Me cambié, dejando mí mochila en mí viejo casillero, el cual tenía en la puertita millones de notitas y cartas que mis compañeras habían dejado. Sonreí, agarrando todas las cosas para guardarlas en mí mochila., Las iba a revisar cuando volviera a casa.

Tomé mí bolso, volviendo a colgarlo de mí hombro. Y ahora si, camine al gimnasio.

Fede no sabía nada sobre mí regreso, y de hecho, iba a ser un tipo de sorpresa.

—¡Dale nena! ¡¿Que fue esa caída?! ¡Pareces una muñeca de trapo!— negó, viendo a una de las chicas, las cuales acababa de hacer un último salto en las barras asimétricas. Rodee los ojos, sonriendo con levedad. El siempre tan cariñoso.

—Y pensar que una vez me dijiste que parecía muñeca de trapo... Tuve pesadillas con eso durante una semana entera— exagere, llegando hasta el, quien me daba la espalda y no se había percatado de mí presencia.

Rápidamente se giro y una sonrisa se extendió en sus labios.

—Y mira en lo que te convertiste gracias a ese comentario...— respondió. Yo solté una leve risa, y el se acercó, abrazándome por los hombros—. Que lindo volver a tenerte acá, Sere— yo sonreí, abrazándolo por el torso.

—Es lindo volver— musite, soltando un suspiro de tranquilidad.

—Veni, vamos a hablar— me indico, separandose, comenzando a caminar hacia los vestuarios.

Dejé mí bolso sobre uno de los bancos del gimnasio y me apresure a seguirlo. 
El entro, y espero a que yo lo haga, para poder cerrar la puerta.

Nos sentamos en el banco que estaba en el centro del lugar, el mismo banco donde me había sentado la primera vez que tuve un episodio entrelazado al cáncer. Mordí mí mejilla interior, tratando de sacar eso de mí mente por ahora.

querido cáncer | truenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora