capítulo treinta y uno

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Habíamos venido a casa de mis papás a almorzar, junto con Mateo. Y en este momento nos encontrábamos despidiéndonos de mis progenitores para poder irnos.

—¿Seguros que se van? ¿No se quieren quedar a tomar mate?— pregunto papá, y yo lo mire, negando con una leve sonrisa.

El mismo, abrazaba por los hombros a mamá, quien estaba cruzada de brazos mientras nos miraba.

Mateo tomo mí campera del perchero, y me ayudó a colocarme la misma.

—No, gracias pa, vamos a pasar por el gimnasio— conté, asintiendo—. Gracias amor— le murmure al morocho, quien me sonrió levemente, dejando un beso sobre mí mejilla. Me subí el cierre de la campera y agarre el gorrito, colocándome el mismo.

—Esta frío afuera, no se desabriguen— indico y yo solté una leve risa, negando con mí cabeza.

—No ma, ya sabemos— rode mis ojos divertida, acomodando el gorrito sobre mí cabeza.

Mateo se acercó y saludo a ambos, mientras que yo también me acercaba, abrazando a mamá. Luego de unos segundos papá se unió al abrazo.

—Te cuidas, ¿si?— murmuró papá y yo asenti, separandome de ambos.

—Nos vemos después, los amo— sonreí, dejando un beso sobre la mejilla de cada uno, antes de comenzar a caminar a la puerta, dónde me esperaba el morocho.

Sonrió levemente, estirando su mano hacia mí. Tomé la misma, entrelazandolas y dedicándole una sonrisa antes de salir de la casa.

Me despedí de los mayores con mí mano libre y salimos, cerrando la puerta tras nuestro para comenzar a caminar hacia el auto del morocho.

Mateo abrió la puerta del acompañante, dejándome subir, y una vez dentro del vehículo, cerró la puerta. Rodeó el auto para subir en el lado del conductor, y luego de unos segundos ya estábamos camino al gimnasio.

Entre canciones aleatorias que retumbaban en los parlantes del auto, y el mini show que hacíamos ambos al unísono de las canciones, llegamos al lugar, a mí lugar.

Bajamos y saque las llaves de mí bolsillo, abriendo la puerta principal. Mateo entro y luego entre yo, cerrando la puerta.

Fede se había ido de viaje hacia una semana, y yo personalmente le había pedido las llaves del gimnasio. No tenía planeado seguir entrenando, no podía, y aunque quisiese, tampoco me dejarían. Pero solo quería visitarlo, despedirme, por un tiempo, o quizás para siempre. Quien sabe.

Una vez dentro del gimnasio, me saque la campera y el gorro, para luego sacarme las zapatillas. Mateo copió mis acciones, y una vez listos, tomo mí mano, haciendo que subamos a las colchonetas.

—Mira, ahora sí se— musitó alegre, soltando mí mano para ir a hacer una media luna, la cual le salió. Sonreí, orgullosa, ese era mí chico.

—¡Bien amor!— festeje, sonriente, acercándome a el para dejar un beso sobre sus labios.

El sonrió y me tomo por la cintura con ambas manos, correspondiendo el beso.

Pasé mis antebrazos por su cuello hasta la nuca, y el deslizó ambas manos hasta mis muslos, tomándome por esos para alzarme. Sonreí entre medio del beso y rodee mis piernas en su cadera, aferrándome mas a él.

Comenzó a avanzar, hasta quedar sentado en el pequeño escenario en el cual estaba el piso, donde yo solía practicar mis rutinas.
Me reacomode sobre el y lleve ambas manos a sus mejillas, acunando su rostro, separandome un poco.

—Te amo, con mí vida, ¿si?— murmure, y él me miró, pero su mirada era diferente. Estaba apagada, y odiaba eso, me odiaba por verlo así.

Hice una leve mueca y el me miró, acariciando mí espalda por sobre la ropa.

—Yo también te amo, Sere— murmuró, mirándome a los ojos.

—Si, pero te estás olvidando de algo— musite, susurrando, mientras acariciaba su mejilla con mí dedo pulgar.

—¿De que?— pregunto, con su ceño levemente fruncido.

—De sonreír. Me prometiste que ibas a sonreír, a pesar de todo— sonreí con levedad, sin despegar mis labios.

El se quedó inmóvil por unos instantes, sin decir nada, sin siquiera pestañear, mirándome fijamente a los ojos.

—Vos prométeme que no te vas a ir, que nunca me vas a dejar— murmuró, con una mueca de tristeza en su rostro. Yo solté un leve suspiro, y sonreí levemente, conteniendo mis lágrimas.

—Teo, yo no controlo eso... Lo sabes— acaricie sus mejillas, manteniendo silencio por unos segundos—. De todas formas, yo siempre voy a estar con vos, donde sea que esté— asenti con lentitud—. Siempre voy a mirarte, y siempre voy a estar orgullosa de vos. De lo que sos, de como sos y de lo que das— carraspee, tratando de no llorar—. Porque el amor nunca se va, y el amor que yo siento por vos, es el más puro y sincero de todos— afirme y mordí mí mejilla interior con levedad—. Y si vos sentís amor por mí, prométeme por favor que nunca vas a dejar de sonreír. Que vas a ser feliz, con o sin mí— pedí, dejando que algunas lágrimas caigan, rodando fugazmente por mis mejillas.

Él no emitió ni siquiera un sonido. Pero, los pocos centímetros que nos distanciaban y el silencio absoluto del lugar, dejaba en evidencia su respiración alborotada y entrecortada, dándome a entender que estaba a punto de quebrarse.

—Vos vas a estar bien Sere, y mientras eso pase, yo te prometo sonreír— asintió con una leve sonrisa a labios cerrados, dejando caer sus lágrimas.

—¿Y si no pasa eso? Yo quiero que me prometas que vas a sonreír este o no esté, solo eso, amor— asenti, limpiando sus lágrimas con delicadeza.

—No me hagas esto, por favor— murmuró, y note como su labio inferior tembló, haciéndome sentir el triple de rota y vacía.

—Te amo— susurre, dejando caer mis párpados, apoyando mí frente sobre la de él, aún acariciando sus mejillas—. Te amo para siempre— asenti, atrayendolo más hacia mí, abrazándolo. El rodeo bien mí cintura con sus brazos, y sumergió su rostro entre mí pecho y mí cuello, aferrándose a mí.
Ahogue mis sollozos y apoye mí mentón sobre su cabeza, abrazándolo por el cuello con uno de mis antebrazos, mientras que con mí otra mano acariciaba su pelo.

Llore en silencio, sintiendo mí pecho ya húmedo por sus lágrimas, y como sollozaba, sin emitir una sola palabra.

Yo no quería esto, jamás lo quise.

querido cáncer | truenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora