capítulo cuatro

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La botella giraba y todavía no me había tocado a mí, por suerte.

Era el turno de Nacho, quien estaba frente a mí. Giro la botella y el pico apunto a Francisco, la otra parte de la botella apunto a Mateo.

—Palacios...— el tono en el que lo dijo era algo divertido, y le dedico una mirada cómplice a nacho. Yo rodee mis ojos.

—No la hagas tan larga Francisco, elijo reto— contestó el morocho.

Francisco miro a todos los de la ronda, pero su mirada choco con la mía y me dedicó una sonrisa.

—Quince minutos en el paraíso, con Serena— yo elevé ambas cejas, y trague en seco.

Lleve mí mirada a Mateo, quien me estaba mirando esperando una respuesta. Yo asentí y me levanté del piso, me sacudí la pollera con mis manos.
Algunas personas chiflaron y otras felicitaban a Mateo, sentí una mirada intensa en mí, era Joaquín. Me miraba confundido, yo me encogi de hombros.

Mateo cruzo su brazo por mí hombro y empezamos a caminar en silencio, salimos del quincho y cruzamos por todo el patio de la casa.

Entramos y subimos las escaleras, frenamos frente a la puerta del baño y el la abrió.

Entre y el entro después de mí, cerro la puerta y prendió la luz. Baje la tapa del hinodoro y me senté ahí, él se quedó apoyado en la puerta.

—No vamos a hacer nada que no quieras, quédate tranquila— me avisó mientras sacaba una etiqueta de cigarrillos de su joggieng.

—¿Y quién dijo que yo no quería?— me levante de dónde estaba sentada, el elevó sus cejas.

Me acerque a paso lento con una sonrisa juguetona, bajo la intensa mirada del morocho.
Quede frente a él, nuestros cuerpos rozaban y las respiraciones se empezaron a mezclar.

Puse una mano en su cuello, acariciando su tatuaje que había visto cuando estábamos en el quincho.

—No juegues conmigo, Serena— hablo de forma seria, yo elevé las cejas y agarré la etiqueta de cigarrillos que estaba en su mano, se la saque y la guarde en el bolsillo de su joggieng. Volví a elevar mí mirada, encontrándome con sus ojos.

—Yo no juego. Menos con las personas.— respondí casi en un susurró y relamí mis labios.
Acerqué mí cara a la suya lentamente y apreté mis dedos en su cuello. El no hacía nada, estaba totalmente quieto; cómo si estuviera sorprendido por mí actitud.

Cuando mis labios estaban lo suficientemente cerca de los suyos, corrí mí cara y deje un beso en su mejilla.

El elevó las cejas y me sonrió de forma ladeada, saqué mí mano de su cuello para alejarme de él. Me senté de nuevo donde estaba y lo miré divertida.

—No fumes cerca de una gimnasta— murmuré; el asintió y se cruzó de brazos.

—Entiendo. Pero yo tenía razón— respondió; hundi mis cejas, confundida—, si jugaste, y lo hiciste bien— su mirada era lo suficiente intensa como para hacer que corra la mía.

—No me gusta hacer todo en el primer día— volví a llevar mí mirada a el, quien estaba con sus cejas levantadas y su labio inferior entre sus dientes.

—¿Eso quiere decir que va a haber un segundo día para nosotros?— cuestiono, y yo me encogi de hombros.

—Todo puede ser— sonreí levemente; el negó con una sonrisa.

—Sos única, Serena— yo sonreí.

—Eso ya lo sé, no hacía falta que lo digas— le tiré un beso al aire; el rodó los ojos y agrando su sonrisa.

querido cáncer | truenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora