capítulo veintiséis

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Me termine de cambiar, y me senté en la cama para poder ponerme los borcegos.

Luego de una intensa tarde, en todos los sentidos, dormimos un rato, y en este momento nos encontrábamos terminando de prepararnos para salir a cenar.

Sabía que el morocho se traía algo entre manos, ya que no sabe mentir. Le pregunté como tres veces a dónde íbamos, y en ninguna de las ocasiones respondió. Y yo la verdad soy mente muy corta como para descifrar hacia donde vamos.

—¿Estás amor?— pregunto, saliendo del baño, pasándose una mano por sus rulos algo desarmados.

Asentí levemente.

—¿Estoy bien?— pregunté, parandome, dando una vueltita. Me había puesto un vestido negro pegado al cuerpo, de espalda descubierta. Simple y lindo.

—Si, estás hermosa— se acercó a mí, posando ambas manos sobre mí cintura para dejar un casto beso sobre mis labios, el cual correspondi gustosa—. Tenés sabor a frutilla en los labios— frunció los suyos, y yo solté una leve risa.

—Es el gloss— asenti con una leve sonrisa, acomodando un poco sus rulitos.

—Bueno, gloss, ¿vamos?— pregunto, sonriendo, achinando sus ojos.

—Si, vamos, gloss— rode mis ojos divertida, dándole un pico para luego separarme, agarrando rápidamente mí billetera y celular—. No me dijiste a dónde vamos...— enarque una ceja, mirándolo.

—Es sorpresa, no seas ansiosa. Dale, vamos— guardo sus pertenencias en el bolsillo de su short de jean y apagó el aire, tanto como la televisión. Me extendió su mano y yo la tomé.

Juntos, salimos de la habitación y volvimos a hacer el mismo recorrido para llegar hasta el auto. Me abrió la puerta del acompañante, dejándome subir, y eso fue lo que hice.
Luego subió él, del lado del copiloto y comenzó a manejar por una calle bastante conocida para mí.

Fruncí levemente mí ceño al ver qué había estacionado el auto frente a mí casa.

—¿Mí casa?— pregunté sin entender.

—Si, tenemos que pasar a buscar una cosa que me va a dar tu mamá— asintió—. ¿Vamos?— pregunto, y yo asenti, aún confundida.

Nos bajamos, y el trabó las puertas. Tomo nuevamente mí mano y comenzamos a caminar en dirección a la entrada de mí vivienda.

Fruncí mis labios al recordar que no había traído las llaves, así que toque el timbre y espere a que nos abrieran.

Mamá abrió la puerta, y por alguna razón estaba bastante arreglada. Le reste importancia, seguro iba a salir con papá.

—Hola chicos. Pasen, pasen— indico, haciéndose a un lado luego de dejar un beso en la mejilla de cada uno—. Mateo, lo tuyo esta arriba de la mesa, en el comedor— asintió sonriente, y yo frunci aún más mí ceño. ¿Que mierda esta pasando?.

—Hola Mari, bueno, gracias— sonrió mí novio, adentrandose a la casa, conmigo a su lado.

—¿Que tenés que buscar, Matu?— pregunté con curiosidad, viendo a mis alrededores, dándome cuenta que la luz del comedor estaba apagada.

El me miró—. Una cosa, y...— encendio la luz del comedor, y abrí mis ojos como platos, sorprendida.

—¡Sorpresa!— gritaron todos al unísono, y yo trate de descifrar la situación, hasta que poco a poco fui cayendo, sobre todo cuando Emi corrió hacia mí a abrazarme.

—¡Sere!— chillo, y yo sonreí, soltandole la mano a Mateo para poder agacharme a abrazarlo.

—Hola hermoso, ¿cómo estás?— pregunté, abrazándolo fuertemente.

querido cáncer | truenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora