capítulo treinta y dos

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mateo

||03/03/2020||

Había estado muchas veces en esta clínica, incontables diría yo. Pero hoy era diferente, hoy era uno de esos días en los que los segundos parecían minutos, y los minutos horas.

El día estaba nublado, tal y como mi cabeza en este momento. Aunque no tenía mucho lugar para pensar, yo solo rezaba, solo le pedía a quien sea que estuviera allá arriba que la mantenga bien.

Durante la tarde Serena se descompenso, y todos sabemos que una situación así en ella no es para nada buena.
En pocos minutos nos encontrábamos en la clínica que ella se atiende., Y aunque suele ser siempre un ambiente cálido, hoy estaba pesado, hoy estaba apagado.

Sinceramente mis pies poco a poco se comenzaban a cansar de tanto caminar en círculos, y de ida y vuelta por el pasillo. Pero mí dolor era secundario en este momento de mí vida., Yo solo quiero saber cómo está ella, yo solo quiero entrar a verla.

Ningún doctor salía, nadie aparecía y eso nos mantenía tensos a todos los presentes de la sala.

Yo confío, yo realmente confío en que esto solo es un susto. Y se que así lo es, porque ella es fuerte, porque ella no se puede dar por vencida, no ahora.

Luego de extensos minutos, dos doctores salieron de la habitación en la cual estaba internada la morocha, y ambos llamaron con la mirada a sus padres, quienes casi corrieron hasta ellos.

Estaba decidido a ir, yo también quería saber, pero sentí como me tomaban del brazo, frenandome. Gire un poco mí cabeza, viendo a papá negar levemente con su cabeza, y yo solamente suspiré, volviendo mí vista a los padres de mí novia.

Los mismos médicos los hicieron ingresar a la habitación, y una pequeña luz se encendió en mí interior. Ella está bien, yo lo sé, yo lo presiento.

Observé el entorno, y mí mirada cayo en sus hermanas. Micaela estaba sentada en el piso, con sus piernas contra su pecho, mirando hacia la nada., Mientras que Lucía estaba parada a su lado, moviendo su pie de forma impaciente mientras mordía sus uñas.

A mí costado se encontraban sentados Camilo junto a Jaz. La última nombrada se veía mal, su cuerpo y su rostro lo evidenciaba. No la culpo, yo estoy igual.

Me senté en una de las frías e incómodas sillas de plástico, ya que poco a poco comenzaba a sentir un leve mareo. Quizás mí tensión estaba baja, cosa que poco me interesaba en este momento.

Mantuve mí vista fija en la puerta pintada de blanco, y luego de eternos minutos, vi a María y Juan salir por aquella puerta.

Me levanté de un salto de la silla, acercándome a ellos a paso rápido, esperando a que nos den la buena noticia. Pero mí cuerpo poco a poco freno el paso, y mis lucecitas internas se apagaron al ver cómo su papá me miró y negó reiteradas veces con su cabeza, dejando caer sus lágrimas. Por otro lado, estaba María, quien se acercó a sus dos hijas mayores, abrazando a las mismas, quienes rompieron en llanto.

Pocos segundos después, lágrimas fugaces rodaron por mis mejillas, sintiendo como mí corazón se rompía dentro de mí pecho.
Mí rápida reacción fue correr hacia esa puerta, mirando entre lágrimas, demostrando mí sufrimiento entre gritos de negación.

—¡No, no, no!— grite negado, con la voz quebrada y el corazón en mis manos—. ¡Ella no!— Camilo y papá se pusieron frente a mí, impidiendome el paso, abrazándome. Forcejee por unos instantes, pero mi cuerpo dejo de reaccionar, así que me di por vencido, colgandome de ellos.

Sentía como la tierra se freno bajo mis pies. Como mí mundo interior se caía a pedazos, como el aire me faltaba y como mí alma se despegaba de mí cuerpo, yendose con ella.

No podía ser cierto, no quiero y no lo voy a asumir. Su ausencia jamás la voy a aceptar, y jamás la voy a olvidar.

Sus risas, su cara mala cara, los lunares de su espalda, sus abrazos, sus expresiones graciosas, sus besos. Dios, sus ojos verdes que me iluminaban de cierta manera; su forma de hablar, sus cambios de humor, oírla hablar sobre la gimnasia y el amor que le tenía, ver sus ojitos brillar cuando me contaba algo que la hacía feliz.
Verla jugar con Emi, escuchar sus pocas quejas, prepararle esos batidos de proteínas horribles, caminar de la mano, cantar al unísono los temas del cuarteto de nos.
Su positividad, su alegría, su amor, su carisma. Me arrebataron todo, le arrebataron todo.

Tantos planes, tantas promesas, tantas ilusiones.
Teníamos una casa, una vida por delante, juntos. Ella era la mujer para mí vida; era la persona con quién quería compartir el resto de mis días. Yo con ella quería todo.

Nunca ame a alguien tanto como a Serena, y nunca lo voy a volver a hacer. Porque ella lo fue y siempre lo va a ser todo para mí, ella siempre va a ser mí más precioso y preciado recuerdo.

Me duele, y mierda que me duele, como a nada. Perdí a mí novia, perdí a mí morocha, a mí compañera, al amor de mí vida. Perdí la ilusión, porque todo se lo llevó ella.

Hoy solo quedo yo, hoy solo quedo yo y el recuerdo permanente de mí más grande amor. Porque eso fue, mí más grande amor.

Ella amo a Mateo, y yo ame a Serena. A Serena en todas sus facetas. A la Serena frustrada, a la Serena contenta, triste, cansada, motivada, invencible y mí favorita; a la Serena Luchadora.
A la que dio pelea hasta el último minuto; a la que tomo las riendas del asunto y lo manejo como nunca nadie; a la que jamás tuvo en mente tirarse abajo, perder. Porque si había algo que Serena odiaba, era perder.

Y no, hoy no perdió, ella nunca perdió. Solo decidió tomarse un descanso, y yo prometo buscarla en cualquier parte del mundo para subirla nuevamente al ring.

Hasta siempre, mí campeona.

querido cáncer | truenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora