Capítulo 2

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Finalmente llegó el día. Alyssa se encontraba en el estudio pintando un cuadro cuando escuchó el ruido de los caballos. Sabía que Addison se encontraba en la otra sala tocando el piano y que seguramente no había escuchado nada. Dejó todo lo que estaba haciendo y fue corriendo a por su hermana.

— ¡Addy!, ¿los has escuchado? Creo que ya están aquí.

—No he escuchado nada. —Le respondió su hermana mientras guardaba las partituras en el cajón—. Miremos por la ventana.

—Addison, seríamos muy descaradas.

—Sígueme, que por esta ventana no se nos ve.

Salieron de la habitación del piano y mientras andaban por el pasillo, la pequeña de las Lockwood dobló a la derecha. Era un pequeño pasillo sin salida con una estatua en el centro.

—Aquí no se nos ve. El árbol nos tapa.

—Pero si nosotras tampoco podemos ver nada.

—Aly, parece que hay que dártelo todo hecho. Ven hacia aquí. —Dijo mientras la cogía del brazo, colocándola en la esquina donde estaba ella—. Y ahora ponte de puntillas.

—Pues sí que se ve. No perfectamente, pero, oye, al menos podemos verlos.

—De nada.

Las dos hermanas se quedaron un buen rato mirando por la ventana y pudieron comprobar que efectivamente eran los hermanos Rosewood. Venían acompañados de una doncella que les ayudaba con las maletas.

—Parece que se van a mudar aquí con tanto equipaje. —Exclamó Addison nada más verlos.

—Ten en cuenta que tienen que venir preparados para la temporada. —Intentó defenderla Alyssa.

Su hermana la miró con el ceño fruncido, aunque rápidamente se encogió de hombros. Siguieron mirando por la ventana otro rato.

— ¡Qué raro que madre no haya salido a recibirlos! —Exclamó la más pequeña.

De repente escucharon una tos por detrás. Las jóvenes se quedaron congeladas.

—Os he estado buscando durante un buen rato. Hay que ir a recibirles.

—Lo sabemos, pero es que queríamos verlos. —Se excusó Addison.

—Eso, queríamos comprobar que eran ellos. —Añadió Alyssa—. No estaría bien que saliéramos así sin más y que fueran unos desconocidos.

Seraphina se acercó a la ventana y movió a sus hijas hacia el lado. Se quedó mirando un rato.

—Sí, son ellos. Tienen cara de cansados. —Soltó una larga respiración—. Vamos chicas, hay que ir a recibirles.

Las tres mujeres Lockwood salieron al encuentro de los hermanos Rosewood. Sin saber muy bien por qué las dos hermanas se notaban una especie de nudo en el estómago. Estaban algo nerviosas. Hacía muchísimo tiempo que no veían a los Rosewood, y aunque de pequeños habían estado bastante unidos, habían pasado años desde entonces.

Llegaron a la puerta y salieron a saludarlos. Si no tenemos en cuenta las horas que nuestros dos invitados llevaban en el carruaje, podríamos decir que nuestras hermanas, y madre, se quedaron estupefactas. Por un lado, Marianne tenía el pelo con reflejos anaranjados repleto de tirabuzones, su piel estaba blanca tal y como la describió Addison, además era más alta que las Lockwood y se la podía escuchar hablar alegremente.

Por el otro lado, el señor Rosewood, era tan alto como Anthony con el cabello oscuro corto, el cuerpo mucho más musculado que cuando las jóvenes lo vieron por última vez, sus ojos verdes eran intensos y su sonrisa exquisita. Las dos hermanas se sonrojaron nada más verlo.

Los dos hermanos acudieron al encuentro de su anfitriona e hijas.

—Buenas tardes, Lady Lockwood, señorita Lockwood y señorita Lockwood. —Saludaron alegremente los dos hermanos.

—Hola, venid y pasad adentro. —Los saludó Seraphina.

Todos siguieron a la matriarca a uno de los salones mientras que los sirvientes se encargaron de llevar las maletas a los dormitorios donde se quedarían los hermanos.

—He pedido a la cocinera que os trajera un aperitivo. Seguro que estáis cansados y hambrientos del viaje. —Siguió hablando Lady Lockwood.

—Muchas gracias, Lady Lockwood. —Dijo Marianne.

—Gracias, la verdad es que el camino ha sido bastante largo. —Añadió William.

Una de las sirvientas trajo a la mesa fiambres, limonada y pan. Los dos invitados se dispusieron a comer.

—No os vamos a entretener mucho porque sabemos que en cuanto terminéis os querréis ir a descansar. —William iba a contestarle y decirle que no, pero Seraphina no le dejó hablar—. No me digáis que no lo estáis, porque sería imposible no estarlo. Simplemente, querría saber si vuestros padres están bien.

Los dos hermanos se lanzaron una mirada un tanto preocupada ante la atenta mirada de las tres mujeres Lockwood. Esto ocasionó una gran curiosidad en ellas, es decir, ¿las cosas no estaban tan bien como parecían? ¿había pasado algo?

—Sí, están bien. —Respondió Marianne—. Lamentan mucho el no haber podido venir con nosotros, pero nuestro padre está bastante delicado de salud y nuestra madre no quería arriesgarse a que le pasara algo por el camino.

—Lo sé, me lo comentó en su última carta. Espero que mejore.

Siguieron hablando un poco más, pero tan rápido como acabaron, se excusaron a sus dormitorios. Las mujeres de la casa se quedaron sentadas en silencio sin saber bien qué decir.

— ¿Habéis visto la mirada que se han echado cuando has preguntado por sus padres? —Preguntó Addison.

—Sí, qué cosa tan extraña. Como si algo les hubiera pasado. —Comentó Alyssa.

—Estáis buscando cosas donde no hay. Simplemente, el padre está enfermo. Seguramente se mirarían así porque no sabían si lo sabíamos o no. —Contestó Seraphina.

Las dos hermanas se miraron. Por mucho que su madre quisiera creerse aquello, ambas lo dudaban. Algo había pasado en la familia Rosewood. Y las dos querían descubrirlo.

 Y las dos querían descubrirlo

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Por culpa de un cuadro y un pianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora