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Horas antes

25 de noviembre de 2021.
Portland, Oregon, EE.UU.
9:21 pm. hora local.

La habitación era apenas iluminada por la escasa luz del computador. Aquel chico de cabellera rubia y ojos tan azules como el cielo terminaba de hacer lo que tanto años y trabajo le habían costado conseguir.

Este era el momento que tanto había deseado. Lo que esperó con esmero por fin se haría realidad.

Estaba a punto de culminar de codificar las instrucciones cuando escuchó la gruesa voz de su hermano mayor.

—¡Jake! ¡Es hora!

—¡Esperen un segundo! —bufó.

—¡Apresurate!

Pero este, en vez de acatar órdenes, solo rodó los ojos. Le abrumaba demasiado el hecho de tener que salir de su habitación solo para verle la cara a su familia. Mucho más en un momento tan importante como lo era ese.

Aún así, pasados unos cuatro largos minutos, el chico salió con todo el aburrimiento en su expresión y se instaló en una de las sillas del comedor, sin meditar palabra alguna.

—Te estabamos esperando —pronuncia el hombre mayor, con hebras blancas reemplazando las doradas y arrugas adquiridas por la edad, sentado a dos sillas de Jake, con la suficiente seriedad como para asustar a su propio hijo.

—Lo siento, padre, pero en verdad estaba ocupado —respondió él, incapaz de levantar la mirada.

—No importa, está todo bien —trató su madre en aligerar el ambiente, pero fue en vano ya que el hombre siguió.

—¡Claro que no lo está! —protestó entonces—, te la pasas todo el día metido en ese cuartito haciendo quien sabe que locura y la única vez que te pedimos un momento para todos en el año, no lo haces.

—Padre, solo es acción de gracias, no es nada importante.

El hombre lo miró incrédulo por incontables segundos, no podía creer las recientes palabras de su hijo. Iba a regañarlo, levantar la voz y que todo el vecindario lo escuchara si era necesario. Pero Jake ya estaba preparado para fingir escuchar todo lo que tenía por decirle, era una costumbre que ya le aburría. Su padre solía ser muy... cascarrabias.

Pero no hubo tiempo, la mujer lo interrumpió.

—¡Ya basta! —chocó sus manos contra la mesa con brusquedad—, ¿Es mucho pedir pasar un rato en familia? ¿Esta vez sin ninguna pelea de por medio?
—pasó su vista de Jake hasta el padre, ambos observándose mutuamente, pero sin atreverse a decir una sola palabra—. Eso creí —un suspiro agotado salió de ella, le estaba empezando a molestar esta costumbre—, Lucas, por favor, trae las copas.

El chico, que se encontraba nada más que observando la pelea entre su hermano y su padre sin aportar una palabra, asintió rápidamente y fue camino hacia la cocina.

Generalmente era Katie, su madre, la que manejaba las peleas que ocasionaba todos en la casa, ya que era la que más paciencia poseía. Además de que ser la única mujer que allí habitaba tenía sus ventajas.

En esa casa vivían Marco Miller, el padre, hombre un poco difícil de tratar pero con buenas intenciones. Katie Truteth Miller, la madre, generalmente la que ponía el orden, ama de casa, persona dulce y cariñosa, sus arrugas en su pequeña cara le daban a entender que los años no habían pasado en vano, al igual que su marido.

Por otro lado estaba Lucas Miller, el mayor del dúo de hermanos, con escasos tres años de diferencia, Lucas era fiel a su familia aunque eso no le impidió el hecho de hacer su vida aparte, vivía casi al otro lado de la ciudad, pero visitaba a su familia casi todos los días, con un trabajo lo suficientemente estable para vivir bien, era de esas personas con las que lograbas pasar un buen rato, el amigo que nunca te dejaría tirado.

Cuidado con caer [Libro 1 y 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora