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Las noches en Wrengel eran igual de hermosas y radiantes que los días, el canto de las aves continuaban dándole vida a todo el bosque y las hojas seguían cayendo sin preocupación.

Gregg estaba sentado en una enorme roca que se encontró en medio de los grandes árboles. Detallaba su hacha, lo filosa y mortal que parecía. Viendo cómo, con un pequeño corte con ella, podría matar a alguien por desangro.

Danica caminaba de un lado al otro, estaba indecisa entre qué hacer. Así había pasado todo el rato, inquieta. Sabía que estaba a punto de descontrolarse si no planeaba algo ya.

—¿Aún no es momento para socializar? —preguntó Gregg de pronto, sin despegar la vista de su arma.

—¿Te parece un buen momento?

—Bueno, es de noche y no parece haber peligros cerca —se hundió de hombros—. Ya que no has querido decir una palabra más por ra...

Pero, para su desgracia, no le dio tiempo de decir nada más cuando un aullido resonó alrededor de los árboles. Parecía poco lejano.

—¿Qué decías del peligro?

—¿Lobos? —alzó las cejas—. ¿Es una broma?

Danica lo ignoró y caminó con precaución hacia los ruidos, Gregg se levantó de su lugar y la siguió al mismo paso.

Ella sacó su arco, guardado sobre su espalda, y agarró una flecha para apuntarle a la nada, hubo firmeza en su acto.

No había tanta oscuridad ya que la luz de la luna era tan potente como para iluminar lo suficiente, por lo que estaba segura que lograría ver algo antes de que pudiera ser demasiado tarde.

Sus ojos escudriñaron su alrededor, con lentitud y mucho cuidado. Cuando logró ver algo enorme moviendose en la lejanía fue rápida al disparar la flecha.

Por suerte cayó a la perfección donde había apuntado. Pero de pronto los aullidos volvieron, esta vez más fuertes, indicando que eran más que uno solo.

—Oh no, de nuevo no. —bramó Gregg, irritado.

Tan pronto como los aullidos cesaron docenas de pasos llegaron a sus oídos, eran pesados, fuertes y venían hacia ellos. No tardaron en divisar a los animales a no tan larga distancia, eran lobos y parecían feroces, e iban a lanzarse sobre ellos.

Danica se apresuró en tomar otra flecha, fue rápida en dispararla sobre la cabeza de un lobo gris, quien soltó un aullido lastimero antes de caer al suelo.

Gregg, por su parte, usó de hacha para protegerse, estampándola sobre los feroces animales que iban por sus cabezas.

Parecían hambrientos de sangre, mostrando sus dientes al gruñir con furia. Danica seguía lanzando flechas a diestra y siniestra, acertando la mayoría de ellas, y Gregg, de vez en cuando, tomaba una de sus dagas sobre su traje para golpear a la distancia.

—¡Esto es divertido! —confesó Gregg mientras seguía en la pelea—. Es decir, ¡No está mal!

Danica no respondio, nunca lo hacía, mucho menos ahora cuando tenía lo que parecía decenas de lobos sobre ella. Tenía que lanzar un par de patadas para alejarlos mientras seguía golpeándolos con las flechas.

Eran bestias enormes, en cuatro patas podían llegar un poco más arriba de la cintura de Gregg. Algunos negros, otros grises, unos parecían ser tan blancos como la luna esa noche. Pero todos tenían esos ojos amarillos que te provocaban escalofríos y seguían con sus aullidos. No paraban, ni siquiera cuando trataban de recomponerse de las patadas de Danica o de Gregg.

—¡Mierda!

De pronto, Danica se dio cuenta que se había quedado sin flechas y aún quedaban los suficientes animales para matarla de un solo segundo. Tan veloz como pudo, sacó el carcaj de su espalda y lo observó, tratando de pensar un nuevo plan sin perder de vista a los lobos y lanzando un par de patadas cuando estaban demasiado cerca.

Cuidado con caer [Libro 1 y 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora