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Estaban encerrados.

No había escapatoria.

Danica sacó su arma y Gregg le siguió, le apuntaron a Sarco quien se encontraba sonriente, al igual a como lo habían visto la primera vez.

—Siento eso, pero ustedes no pueden salir aún.

—¿Por qué no? —pregunta Danica, alerta a cualquier movimiento.

—Me he sobrepasado, lo siento tanto—aseguró—. No quise asustarlos, en serio.

—Queremos irnos —habló firme Gregg, mientras le seguía amenazando con la daga al ser de ojos negros.

Sarco suspiró con pesadez y negó.

—He dicho que aún no.

—Y yo he dicho que ya nos vamos — sentenció Gregg.

Se retaron con la mirada, ninguno la dejaba del otro, ninguno dijo una palabra ni se movió de su lugar. Danica tuvo que interrumpir.

—¿Qué quieres para dejarnos libres? —preguntó inquieta.

—No te aconsejo que me des esa opción, mis deseos no son nada buenos para el ojo humano. —comentó aún sin quitar la mirada hacia Gregg, quien hacía lo mismo.

—Solo dilo. —pidió.

Sarco por fin desvío su vista hasta la chica, quien le seguía apuntando con el arco, y la detalló de arriba a abajo, para que luego, a su cara volviera aquella sonrisa siniestra.

—Te quiero a ti.

La sorpresa de Danica fue muy notable al entreabrir sus labios un poco y bajar el arco inconscientemente.

Hubo un silencio denso entre los tres, nadie pronunció ni se movió. Nadie excepto Gregg, que negó mientras reía sin gracia.

—Eres más imbécil de lo que creía.

Pero Sarco solo se hundió de hombros sin quitar su rara sonrisa.

—Ella preguntó, yo solo contesté.

Danica no supo cómo reaccionar ante aquello, había bajado la guardia y Sarco lo notó enseguida, pero Gregg seguía a punto de clavarle aquella daga en su cabeza, por lo que no se movió de su lugar.

—Espero por su decisión.

—¡Es obvio que no! —volteó a ver a la chica, quien tenía su mirada perdida entre una de las paredes—. ¡Danica!

Ella lo observó y volvió a bajar la mirada, apretó los ojos con fuerza y, sin despegar su vista del suelo, respondió.

—Está bien.

Gregg la observó de nuevo, casi enseguida de haber dicho aquello, y no pudo evitar su perplejidad.

—¡¿Qué?! ¡Claro que no!

—Deja libre a Gregg, yo me quedo... contigo.

—¡No voy a dejarte aquí! —exclamó Gregg, furioso.

—Está bien —aceptó Sarco conforme, ignorando categóricamente al chico—. Ven, acércate.

Danica dudó unos segundos para empezar a dar pasos precavidos hasta él, pero Gregg la tomó del brazo antes de que se alejara.

—¿Qué estás haciendo?

—Darte libertad. —respondió obvia.

—No quiero salir sin ti, Danica. —negó—. No, no voy a irme sin ti.

—Lo siento, pero no hay otra manera.

Gregg la observó perplejo por unos segundos y ella logró zafarse de su agarre con facilidad. Caminó hasta Sarco, quien seguía en su mismo lugar con la sonrisa intacta.

Cuidado con caer [Libro 1 y 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora